Justo hodie

Written by | Opinión

COLUMNISTA INVITADA

¿Quién no ha visto las famosas series CSI Miami,  Law and Order, Criminal Minds o las películas de trama policiaca como Crimen perfecto donde pasas dos horas atrapado en el drama jurídico de la situación, con un estrés y una incertidumbre  peor que el de los exámenes, todo para que atrapen al que sabes y siempre supiste era el culpable? El juramento, parte esencial de estas tramas, acredita el valor de la palabra en juicio, definiendo el rumbo de la vida de los presuntos culpables. En la vida real, o mejor dicho, en la realidad  histórica, la palabra ha implicado siempre gran importancia (aunque de manera fluctuante debe decirse) tanto social como jurídicamente. Por lo que, en un intento de despertar la curiosidad de los lectores de La Catarina,  y gracias a la oportunidad brindada por la directiva, abarcaremos el origen inédito de la palabra “testificar”.

El origen proviene de la cultura política romana, concretada en el Derecho Romano, donde establecía que en la situación en la que un testigo fuera llamado a juicio, el juramento debía hacerse sujetándose los testículos con la mano derecha. ¿Qué tal? ¡Fascinante! ¿No es cierto? Quiero decir, los antiguos romanos juraban el honor de su palabra sobre su propia y valiosísima hombría. Apuesto a que eran mucho más sinceros que hoy en día. Piénsenlo. En una sociedad moralmente deficiente como en la que vivimos, ¿jurar sobre la Biblia o sobre la Constitución tendrá más cargo de consciencia en el sexo masculino que jurar sobre su propia virilidad? Supongo es cuestión de devoción espiritual y/o ideología social, pero eso será tema para otra ocasión.

Enfoquémonos en el origen etimológico. La palabra «testigo» procede del latín testificare, compuesta por dos palabras; testis =  testigo y facere = hacer. Por lo tanto, se podría interpretar como  “lo que el testigo debe hacer”. Por su parte, el término latin Testículus significa “testigo de virilidad”, compuesta por testis= testigo y culus = adjetivo diminutivo. Es decir,  “pequeños testigos” (o diminutos, como gusten).

En resultado, tenemos que el romano, al jurar haciendo honor a su deber, se le requiere hacerlo sobre lo más preciado que posee, sus testículos, los cuales también, conforme a lo mencionado anteriormente y con cierto tinte de picardía, podríamos decir que fueron testigos oculares de todo. Me pregunto qué pasaría si se continuara con este ritual jurídico hoy en día. ¿Confiarían ustedes en mayor medida en alguien que pone su palabra sobre su fe o su patria,  o en alguien que la pone sobre su preciado órgano reproductor? ¡Qué dilemas! ¿No creen?

Zaira Delgado

zaira.delgadoda@udlap.mx

Last modified: 22 marzo, 2014