Tatuajes: un proceso de dolor, color y significado

Written by | Lado Alterno

Crónica

Martes por la noche. Carla coge las llaves de su auto y sale del departamento, no sin antes arreglarse el cabello frente al espejo. Estudiante de Psicología en la UDLAP, Carla tiene 22 años y está a punto de realizarse su primer tatuaje. “Sé que mis padres no lo aprueban, pero es algo que me he querido hacer desde hace mucho tiempo”, confiesa mientras estaciona el carro.

Ya en el centro comercial, caminos con prisa, pues es tarde y mañana Carla entra a clases a las 7 de la mañana. Una vez afuera del local, en donde se puede leer la palabra tatoos” en un letrero fluorescente, Carla deja escapar un pequeño suspiro y entramos.

No, no era oscuro. Las paredes estaban limpias, sin manchas de tinta o grafitis. El piso de baldosas blancas relucientes fue lo primero que captó mi mirada al atravesar la puerta de vidrio, en donde dos máscaras tribales nos observaban a cada lado.

El lugar está lleno de artículos que van desde playeras, gorras, mochilas y chamarras con diseños que los trabajadores aseguran son de ellos. La luz de las lámparas es brillante, y al fondo se escucha una canción de reggae que parece repetirse una y otra vez. Apenas nos acercamos a la mesa que representa la recepción, nos preguntan: “¿qué se van a hacer?”. Carla, titubeante, responde que un tatuaje.

El diseño que Carla ha escogido es una pequeña pluma que se tatuará en la muñeca del brazo derecho. “Es un símbolo de mí libertad, que nadie puede detenerme” declara la joven. Además explica que decidió colocárselo en ese lugar porque de querer esconderlo, lo único que tienen que hacer es colocarse una pulsera. “Así ya nadie lo puede ver”.

Dante, alias “el sapo”, será el encargado de realizar el tatuaje. Tiene un piercing en la ceja derecha, expansiones en los oídos y un tatuaje a color de un cirio encendido adorna su cuello. Nos sentamos en unas frías sillas metálicas y Carla comenzó a platicarle las ideas que tenía para el diseño. Entonces Dante, con suma destreza y rapidez, comienza a dibujar una serie de bocetos, en los que el nivel de detalle era preciso y minucioso. La pluma comenzaba a cobrar vida.

De las ocho propuestas que se le presentaron, Carla escogió el diseño más pequeño y curvo, con la punta alargada y en color negro, pues considera que los tatuajes a color son “poco creíbles y vulgares”. El símbolo de su libertad tendría un costo de $450.00 pesos.

Todo parecía estar en regla: guantes antisépticos, agujas nuevas, una máquina negra y la silla donde Carla aguardaba pacientemente y con expectativa en su rostro. Mientras prepara el material, “el sapo” afirma que la muñeca es una zona “intermedia” de dolor, pues entre menos músculo haya y la piel esté más pegada al hueso, mayor será el dolor, como el talón o la cara.

“¡¿La cara?!”, pregunta sorprendida Carla, a lo que Dante responde al tiempo que ríe: “pues sí, ¿o que no has oído de los tatuajes de ceja?”. El sapo enciende la máquina que emite un sonido parecido a un zumbido y comienza su trabajo. Carla aprieta mi mano.

Con el pasar de la aguja, pequeñas gotas de sangre comienzan a surgir de la piel de Carla. El rojo líquido se mezcla con la tinta negra, creando una mezcla colorida y brillante que mancha las manos de Dante, siempre protegidas por los guantes.  Cada tanto, “el sapo” limpia el exceso de tinta con un pañuelo, mientras Carla rechina los dientes al compás del zumbido de la máquina.

“Creí que me dolería más”, estas fueron las palabras de Carla mientras recibía las últimas punzadas de color que quedarán impregnadas en su piel de por vida. Ha pasado una hora, su piel está enrojecida y el diseño luce un tanto hinchado. Dante lo cubre con un plástico, enrollándolo alrededor de la muñeca de Carla.

Por último, le da una serie de recomendaciones: colocar crema en la herida varias veces al día, no exponerse al sol y dejar que el proceso de cicatrización continúe paulatinamente, hasta que la piel se renueve y el color del tatuaje revele su verdadera intensidad. Todo esto para que, finalmente, la pluma cobre vuelo.

 

Alejandra Valencia

alejandra.valenciacl@udlap.mx

Last modified: 7 noviembre, 2014