Puebla: el universo Pokemón

Written by | Cafeína para despertar, Opinión

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Hace unas semanas, fui a comprarme una ensalada a uno de esos establecimientos snobs que te venden la promesa de un cuerpazo y vida sana, a la módica cantidad de todo tu reino y deudas de por vida. No es broma, pagué casi cien pesos por tres lechugas remojadas en aderezo desabrido. El lugar estaba lleno y todos parecían disfrutar –con singular alegría– su comida de conejos millonarios, mientras discutían temas de seguridad nacional: “Costeñito ya se aperra de nacos”, ordenaban sus prioridades: “vamos por unos drinks coquetos el fin ¿no?” y simultáneamente fotografiaban sus alimentos para publicarlos en Instagram con los hashtags: #foodporn #healtylifestyle #fitness #veganfood #eatclean y sus derivados.

Entonces, mientras esperaba por mi ensalada –sudando frío por temor a que no me alcanzara–, llegué a dos conclusiones: la primera, que me hubiera chingado una hamburguesa por la mitad de precio y la segunda, que no soporto a la sociedad poblana.

Aparentemente, todo es criticable en esta ciudad hasta que está de moda y una vez que está de moda, es insufrible. Algunas tribus urbanas –antes repudiadas por la sociedad–como los hípsters, los crossfitters, los veganos, los DJ’s  y los runners, fueron legitimados por la élite poblana y ahora se encuentran dos de cada uno en cada esquina de la ciudad, al grado de que resulta imposible identificar a los originales de las copias. Si lo que quieren es dejarse ver en el lugar de moda, lo de hoy es ir a “el Aguacate”, que antro ni que antro, no hay nada más “alternativo” que el ecoturismo (aunque hasta hace un año, nueve de cada diez, no conocían ni siquiera el término). Eso sí, si deciden visitarlo, no olviden evidenciarlo en las principales redes sociales, con el hashtag #Avocado, porque ¡es súper original!

La élite poblana no me deja de sorprender: tengo que reconocerles que sus esfuerzos por encajar son admirables, supongo que si yo tuviera tanto tiempo libre como ellos, también buscaría actividades para distraerme y ¡qué mejor que ir al Corona Capital!, ¡al carnaval de Cuernavaca: Bahidorá! o ¡a Oaxaca y Chiapas! Porque “tipo que sus artesanías y trajes bordados, están súuuuuper padres”.

Todo esto pasaba por mi cabeza, cuando la señora que me atendía, logró sacarme –por fin– de mi trance agitando el ticket a dos milímetros de mi cara: “señorita, ¡señorita! , aquí está su orden” y me entregó mi comida dentro de una bolsa. Me alejé de ahí lo más rápido que pude, para que las personas de atrás no me vieran llorar a causa de su reflexión, digna de un doctorado honoris causa en justicia social: “no sé porqué el gobierno gasta en pavimentar las calles de los pobres, si ni coche tienen”.

Para ese momento, yo ya había perdido la fe en la humanidad, pero el destino se había guardado lo mejor para el final. Dentro de la bolsa que contenía la ensalada más cara de mi vida, estaban las 99 páginas peor desperdiciadas de la historia, la foto galería preferida por el poblano, que evidencia su desmedida hipocresía, que expone su cinismo como virtud y que no se molesta en maquillar al clasismo consolidado que gobierna las relaciones sociales de esta ciudad: la revista Rostros, el Africam Safari humano.

Eso no es todo, era la edición del 14 de febrero, fecha preferida por el poblano enamorado y la revista, para confirmar lo plástico que uno puede llegar a ser. Quince parejas fueron elegidas para protagonizar tan valiosa producción periodística y sin duda, la originalidad fue su tema de inspiración. La revista le realizó a cada par, una serie de preguntas con contenido valiosísimo, tales como: ¿cuáles son tips para un sweet love?, ¿playa, ciudad o bosque?, ¿una anécdota con la mom in law? y si su relación fuera una película ¿qué título le pondrían? Sobra decir, de entrada, que lo de menos es la cosificación del amor que la revista construyó a través de preguntas tan absurdas; lo verdaderamente significativo es la vulgarización que hizo del amor y de sus objetos (en este caso, las parejas), la reproducción de estereotipos y el poco crédito que se les dio a los participantes: “aaaah bueno, como son unos imbéciles pregúntales cosas tontas, pero con anglicismos para que se crean importantes”.

Las respuestas, por su parte, también fueron una joya. Las parejas cayeron redonditas en el circo creado alrededor de ellas; mientras leía me tope con respuestas como: si nuestra relación fuera una película se llamaría “el amor no es perfecto pero es amor”, “my weekend love 4 ever” y “vida en tu mirada”. Casi me atraganto, a juzgar por el título de su película –gracias a Dios– inexistente, solo pude pensar que Televisa estaría orgulloso de ellos.

Mi parte favorita fue que cuando les preguntaron por su hobby, un tercio de los involucrados contestó: “hacer ejercicio juntos” y las fotos que acompañaban al texto eran ambos en ropa de deporte: él levantando unas pesas caricaturizadas de cartón y ella agitando pompones para animar a su pareja. ¿Neta? ¿Neta ridiculizar –todavía más– las preguntas y repuestas a través de imágenes era necesario?

Yo soy poblana, aquí crecí, aquí me hice y –aunque no lo parezca– siempre que la palabra pipope sale a colación en una plática, soy la primera en saltar. Por supuesto que la élite poblana no es la única que se comporta como idiota, esto pasa en todo el mundo y resulta tan común que nos hemos acostumbrado a vivir con ello y más aún ¡a premiarlo! Creo que es momento de replantearnos la sociedad que hemos creado y reproducido desde épocas coloniales: la de la forma sin fondo, la de las apariencias, las modas, los apellidos, las relaciones sin contenido, lo plástico, lo burdo, lo desechable, “LOS ROSTROS».

Me preguntaron que porqué Puebla es el universo Pokemón, a lo que respondí que no encuentro otro que nombre a pequeños monstruos viviendo en burbujas.

Por: Fernanda Soria Cruz
maria.soriacs@udlap.mx

Last modified: 29 febrero, 2016