Policía, me robaron mi burbuja

Written by | Oídos Sordos, Opinión

Foto

“Alguien se metió en mi casa”, la idea se repite en mi cabeza como un mantra. Alguien se metió en mi casa, vio las fotografías de mi hermana, revisó mi ropa, decidió qué tenía valor y qué no. Alguien se metió en mi casa y lo que me robaron es irrecuperable.

Nos dimos cuenta al regresar de las vacaciones. Aprovechándose de nuestra ausencia durante Semana Santa, alguien forzó una ventana y se metió en nuestro hogar, registrando indiscriminadamente punto por punto y tomando a su antojo todo lo que quiso. Las pérdidas materiales, aunque grandes, no se comparan con lo que pudo haber sucedido si las circunstancias fuesen diferentes. Esa es la peor parte.

No es la primera vez que me encuentro frente a frente con la inseguridad de nuestro país. Cuando tenía trece años, tuve la desgracia de verme en medio de un asalto armado a una tienda. El frío helado de estar cara a cara con un arma de fuego no se compara con lo que sucede después.

Algo se rasga irremediablemente dentro de ti cuando te pasa algo así. El que te roba te arrebata algo más, la falsa ilusión de seguridad con la que has vivido hasta ese momento. Después de que alguien te asalta en la calle, no puedes dejar de mirar sobre tu hombro cuando vuelves a salir. Después de que alguien se mete en tu casa —en el lugar donde deberías sentirte seguro y protegido—, no puedes evitar pasar la noche en vela, preguntándote qué les impedirá hacerlo de nuevo. El ataque comienza con el robo, pero dura mucho más en la psique de la victima. Nada vuelve a ser igual.

Hace años, leí una cita de Shakespeare que dice: “el hombre robado que sonríe en su desgracia roba algo al ladrón, pero se roba a sí mismo si se deshace en lágrimas inútiles”. Con todo respeto a Shakespeare, vaya estupidez.

El problema en nuestro país es la impotencia que conllevan estos casos. Si decides hacer una denuncia, la policía viene, hace preguntas y busca pruebas, pero sabes que esta no es una película de detectives. Hay una resignación profunda que se asienta en tu estómago. Te obligas a ti mismo a aceptar que no encontrarán al culpable, porque así es como las cosas funcionan en este país. Peor aún, esperas más consecuencias a seguir ahora que alguien sabe dónde vives y qué tienes, con tanta seguridad como para aprovecharse de tu ausencia oportunamente. En la mayoría de los casos nunca recibes un cierre de la experiencia.

Hemos aprendido a aceptar la inseguridad como una inevitabilidad, recibida en la mayoría de los casos con un encogimiento de hombros y un “son cosas que pasan”. Sí, pasan. Ahora lo sabes, y no puedes dejar de preguntarte cuándo pasará de nuevo. Alguien se metió en mi casa y su fantasma sigue aquí.

Sofía Marlasca Couoh
sofia.marlascach@udlap.mx
@sofmarla

Last modified: 28 septiembre, 2016