El mercader de Venecia

Written by | Ágora, Libro de la semana

“Salerio.- Pero estoy seguro que si él pierde su derecho, tú no cogerás su carne. ¿Qué bien ves en ello?

Shylock.- Como cebo para los peces. Aunque no sirva para nada más, saciará mi venganza… Me ha traído la desgracia […] ha alejado a mis amigos y alentado a mis enemigos y, ¿por qué motivo? Soy judío… ¿No tiene ojos un judío? ¿No se alimenta de la misma comida, se hiere con las mismas armas, está expuesto a las mismas enfermedades, se cura con los mismos medios, se acalora y se enfría en los mismos inviernos y veranos que un cristiano? […] Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos hacéis mal, ¿no vamos a vengarnos? Si somos como vosotros en lo demás, nos pareceremos en esto también… Si un judío hace mal a un cristiano, ¿cuál es la humillación que sufre? Venganza. Si un cristiano hace mal a un judío, ¿cuál debería ser su sufrimiento según el ejemplo cristiano? Sí, venganza. La vileza que me enseñasteis yo la llevaré a cabo y será dura, quizá supere a mis maestros.”

La tragedia de la entidad humana. Puede ella, tal vez, ser la virtud más remarcable de uno de los dramaturgos más célebres de todos los tiempos. Con las páginas en mano, habiendo recién finiquitado cualquiera de sus obras, es exacto, justo dedicarle unos minutos a asimilar y hacer asequible lo que viene de leerse. Porque a lo que William Shakespeare nos fuerza a enfrentarnos en los mundos irreales, aunque factibles, que redacta es a la condición más cruda, psicológicamente compleja del ser humano. El drama en sus escritos transforma la mente del lector en una lanzadera que vuela desde la ira hasta la compasión y la ternura, perpetua, recíprocamente. El autor aprendió a hervir en su punto el drama de los instintos y pasiones mundanas junto con personajes enteramente redondos y completos, haciéndoles interactuar de modo tal que no nos quede más remedio que confirmar que la entidad humana supera todo intento por ordenarla, estructurarla en sociedad. La poesía en prosa no alcanza a escapar sus líneas, situación que obliga al espectador a adentrarse e interiorizarse en cada uno de los escenarios tras ser seducidos por ese antiguo arte que hace vibrar nuestras fibras y cuerdas más profundas.

En “El mercader de Venecia” hallamos una obra que refleja todo lo anteriormente descrito. Una historia donde nadie más que nuestra naturaleza puede ser la única señalada como culpable de semejante final tan ruin, a la par que tranquilizante, romántico, iracundo, infame, y por ende, bello. Una venganza excesiva, pero comprensible; la búsqueda de un amor tan difícil que invita a la traición de una amistad… y al final, el ingenio de una mujer que hace que toda la historia tome un rumbo impensable en el último segundo. Sin duda, un texto que hace evidente por qué Shakespeare será una figura perenne en tanto que los hombres no se olviden de leer y de interesarse por lo indescifrable que es lo recóndito de nuestro Ser.

Marco Árcega Corona

Last modified: 10 abril, 2016