Elección popular

Written by | Flechas Rayadas, Opinión

flechas rayadas

Temporada de elecciones, temporada de la grilla, del debate, de los juegos de poder, del discurso sin saliva y del rechazo social; de pronto, todos a la hora de la comida se conviertan en expertos, en politólogos. Es un momento para recordar la historia y a la vez, para olvidarla. Llega el momento y votamos por colores y no por personas; es un periodo de movilización social y de indiferencia, del “todos somos iguales”, de las promesas, las esperanzas, las dudas, la desinformación, las pancartas, las fotos, la vestimenta elegante, el buen peinado, las frases y los nombres y slogans alucinantes que se regocijan el ejercicio democrático, como si fuera un verdadero carnaval.

Ha llegado el tiempo de señalar los aciertos propios y los errores del contrario, de creerse un redentor (seas o no candidato), del “juego sucio”, los chismes, de idealizar o satanizar a los contendientes, de buscar pretextos en las mismas soluciones. Sobre todo, es la temporada del votante, del individuo que tiene en sus manos ese “poder”, y que por sí mismo, demerita y desacredita el peso de su sufragio.

Esta semana, nuestra universidad se bañará del ambiente electoral, los contendientes ya pusieron las cartas sobre la mesa. Sí, muchos ya vieron las fotos, las páginas de Facebook, ya escucharon los chismes, se alimentaron del morbo de la contienda y le dijeron al amigo contendiente que “la va a ganar, que todo va a salir bien”. Sin embargo, ¿se han detenido por unos instantes a conocer a fondo el plan de trabajo de sus candidatos? Es decir, en teoría, eso es lo esencial. A mí, no me interesa si perenganito de la planilla “X” tiene una sonrisa agradable o si su vida íntima es un desorden o si tiene muchos o pocos amigos ¿cierto?, lo importante muchas veces queda detrás de lo banal, lo superficial, lo absurdo.

En nuestro país esto se vuelve exponencial, muchos votan por un color heredado, o por “lo guapo/a del candidato/a”, porque dijo algo bonito, porque tiene afinidad con tu posición socioeconómica, porque uno regala despensas y sombrillas de colores (rojo, azul, amarillo, naranja, ¡listos para la primavera!), porque otros “me dieron una gorra para cubrirme del sol cuando pido limosna”, y por muchas otras cosas; o peor aún, no votan.

El ejercicio democrático se ha moldeado a la búsqueda del voto agridulce. Al electorado le encanta ser seducido por su candidato, como si se tratara de vender un producto. Tal parece que al voto lo define en su mayoría una sonrisa, un señalamiento, una frase bonita y no la propuesta, la idea y el cerebro.

Sí, las elecciones son mediáticas, su complejidad nos permite verlas desde perspectivas analíticas o a través de visiones un poco más informales. Lamentablemente funcionan así, la característica insustancial es agradable para el electorado y su repercusión, define muchas veces el resultado.

La responsabilidad al final recae en los electores. Nosotros, los dueños del voto, tenemos la oportunidad de tomar con seriedad este derecho, de conocer las propuestas de nuestros candidatos, de no decidir con base en situaciones superficiales y de ser proactivos en la participación política y social. “Vota por quien tú quieras, pero vota”; eso es muy cierto, es una decisión individual, tuya, pero de impacto colectivo. No olvidemos eso. Tenemos la oportunidad de darle el valor que se merece a nuestro sufragio, no lo desperdiciemos en lo trivial.

Raymundo Ricardez García

raymundo.ricardezga@udlap.mx

Last modified: 18 abril, 2016