Gracias mamá, tu fuiste la heroína.

Written by | Cafeína para despertar, Opinión

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Mi mamá me tuvo a los 19 años y a mis ojos, es la mujer perfecta. Es fuerte, hermosa, determinada, valiente, entregada, sabia y capaz de encontrar –literalmente– cualquier cosa. Cuando pierdo algo, la conversación va más o menos así:

– ¡Mamá, ¿sabes dónde están las llaves de mi coche?!

– Fernanda, las dejaste en la mesa de la entrada.

– ¡Mamá no están y voy a llegar tarde a mi clase!

– ¿Si las encuentro qué te hago?

– ¡Qué no están!

– ¡Eres incapaz de ver más allá de tus narices niña!

Efectivamente, ahí estaban; todo está donde ella dice que está, creo que es bruja. Mi mamá me ha levantado de las caídas más duras, me ha celebrado como nadie mis pequeños triunfos, da los mejores abrazos, las criticas más duras y los peores chingadazos (no es cierto mamá, si estás leyendo esto, es broma). A medida en que crecía, comencé a darme cuenta que mi mamá, además de ser la mejor mamá del mundo, también era la más joven de las mamás que conocía. Llegada la adolescencia, empezaron a notarlo mis amigos:

– ¡Oye Soria! Échame a tu mamá.

– ¡Oye Soria! ¿Qué onda, para cuándo te vas a poner como tu mamá?

– Soria, ¿puedo llamarte hija?.

– Tu mamá y tú parecen hermanas, pero tu mamá es la hermana guapa.

– Oye Soria, ¿has escuchado la canción de Staycy’s mom?, es tu historia.

Los comentarios nunca me ofendieron ni crecí frustrada, mi mamá causaba sensación. Para estas alturas, deberían saber que ella es entrenadora personal, ergo, tiene un cuerpo digno de admirarse; en otras palabras, a las personas como mi señora madre se les conoce por el acrónimo de MILF (ella no sabe lo que significa). En fin, supongo que si tuviera que resumir mi adolescencia diría que fue: una serie de eventos desafortunados que me impidieron ser talla extra chica, por lo que nunca pude usar los vestidos de mi mamá para ir al antro. Eso si me traumó.

Entre los 15 y los 18  siempre me preguntaban qué se sentía tener una mamá tan joven y tan guapa:

– Pues se siente padre… creo.

La verdad es que en ese entonces, yo era un dolor de huevos y mi mamá era la autoridad máxima. La dictadora, la capataz, la prefecta. No, no veía a mi mamá como una amiga. La veía como la persona que me regañaba por llegar tarde a mi casa, por tener mi cuarto “hecho un chiquero”, por ser mal hablada y darme sermones que no me interesaban y que me obligaba a escuchar. Mi mamá era la mala, mi papá era el héroe. Él si era chido, me dejaba salir, me compraba cosas. Mi mamá era una amargada, con el abdomen marcado y que parecía mi hermana, pero amargada a fin de cuentas.

Cumplí 19, y la admiración por mi mamá se transformó. Lo impresionante ya no era su cuerpo, lo impresionante era que ella a mi edad tenía una hija, mientras que yo, a duras penas, tendía mi cama. Ahí empezamos a llevarnos mucho mejor. Fue la primera vez que entendí, que mi mamá, por sí misma, era la verdadera heroína de mi historia.

Cumplí 20, y empecé a notar que mi mamá no era tan fuerte; que mi mamá también lloraba, que había cosas que le dolían, que también sentía miedo, que la gente podía lastimarla.

Cumplí 21 y yo, seguía sin tender mi cama en las mañanas. Mi mamá no lo sabe todo y yo no lo sabía. Ella también se equivoca, ella a veces también se siente perdida y sin saber que hacer, mi mamá también se rompía. Ella no sólo da los mejores abrazos, también los necesita y no es sólo mamá, también es mujer y ser humano. Tiene sueños, metas, caprichos, antojos. Ella también tiene días en los que está cansada, en los que no quiere hacer nada, ni hablar con nadie, mi mamá también siente; y sin embargo, yo siempre iba primero.

Cumplí 22, compañeras y conocidas empezaron a quedar embarazadas. ¡Embarazadas! Una niña, criado a otra. ¡Dios mío! ¿qué están locas? ¡Pobres criaturas del señor! La vida de esas mujeres terminó (la ironía se cuenta sola).

Cumplí 23 y aquí estoy, descubriendo que tener una mamá joven es, en efecto, toda una aventura. A veces creo que la mamá soy yo. No porque mi mamá sea una niña inmadura (a veces) , sino por toda la cantidad de cosas que le cuento y que ella ignora. Alguna vez le pregunté si no se arrepentía de las decisiones de su juventud, de haberme tenido tan chica, de haber puesto todo en pausa para criarme, su respuesta fue: NO.

Si se lo siguen preguntando, tener una mamá que me lleva apenas 19 años y 24 días es lo mejor. Es mi mejor amiga y aún cuando nos llevábamos mal, nunca existió un momento en el que yo dudara en contarle algo. Siempre entendió y pudo ponerse en mi lugar, nunca fui juzgada, limitada, reprimida. Ella me aconsejaba como mis amigas, pero de manera menos pendeja; hasta la fecha creen que soy buena consejera, lo que no saben es que cuando no se que decir, mi mamá siempre me ayuda. Le gusta mi música, toma conmigo y mis amigos en las fiestas, nos compartimos cigarros, hablamos de todo y somos un equipo.

Creo que a veces idealizamos a las personas representan una autoridad en nuestra vida, al grado de creerlas sobre humanas y al hacerlo, efectivamente las deshumanizamos. Creemos que no tienen sentimientos, que todo lo tienen bajo control, que son todólogos y que además de poder con sus vidas, pueden también con las nuestras. En retrospectiva, me hubiera gustado darme cuenta de todo esto antes y poder decirle a mi mamá:

– Oye, aquí estoy, no pasa nada, todo va a estar bien, yo te cuido.

O en su defecto:

– ¿Dónde está esa vieja? Le voy a partir su madre. Ya no llores mami.

Creo que como jóvenes pasamos por alto los sentimientos de las personas que queremos y que nunca han necesitado de nuestra ayuda, porque tienen superpoderes. ¿Qué puede ser más importante que nuestro drama amoroso actual? ¿que la pelea con las amigas? ¿que los planes del sábado en la noche? NADA.

Hoy sigo sin tender mi cama en las mañanas, pero creo que entiendo un poco más a mi mamá. Creo que tanto sacrificio, amor, entrega y desvelos, merecen que el mundo se levante en su honor y le aplauda hasta el fin de los tiempos. Creo que nunca podré agradecerle lo suficiente todo lo que a diario hace por mi, muchas veces a pesar de lo que siente. Creo que no sabemos apreciar en su totalidad el amor incondicional, es más, ni siquiera lo entendemos. Pero también creo que su trabajo ha dado frutos, que hizo de mí una buena persona y que a partir del 6 de septiembre de 1992, nunca más iba a estar sola. Yo también puedo proteger su corazón y creo que habiendo tenido a la mejor maestra, sabré cómo hacerlo.

Hoy firmé mi título de Licenciada y todo lo que pude pensar mientras lo hacía fue:

– Gracias mamá, tú fuiste la heroína.

Fernanda Soria Cruz

maria.soriacs@udlap.mx

Last modified: 14 abril, 2016