Verdad de fe

Written by | Flechas Rayadas, Opinión

¿Quién determina, en este mundo terrenal, la voluntad de los dioses en los que creemos? Las instituciones religiosas se han esforzado por convencer a sus adeptos de una realidad absoluta, basada en ideas en las que muchos creyentes del siglo XXI no estarían precisamente de acuerdo.

Me gusta delimitar las religiones en dos mundos separados, pero unidos en la tierra: el mundo de los dioses –o los entes a los que les regalamos nuestra eterna fe y, por ende, son intocables– y el mundo de los mortales –los humanos, los caminantes de las religiones en todo el mundo–. Estos han querido forzar una verdad hasta hoy inalcanzable: la voluntad de Dios, o incluso, la existencia del mismo.

Tengo que generalizar, lo siento. Tengo que arremeter contra ideas que profesan una verdad absoluta, contra instituciones religiosas y devotos que radican en la intolerancia hacia creencias distintas a las suyas, que se ven las manos y creen tener la “clave divina”. Contra los ateos que aseguran la inexistencia de un Dios y tachan de “ignorantes” a los creyentes, como si ellos tuvieran en sus manos las “claves del universo” por encima de lo otros mortales en la tierra. Contra los que crean pecados fundamentados en el absurdo. Contra los radicales que quieren atentar contra el mundo para forzar a los demás a creer lo mismo que ellos. Sí, contra los que convierten lo hermoso de la fe –o la ausencia de la misma– en un ideal absoluto.

El mensaje de amor que profesan las religiones encuentra su destrucción en el momento en que el creyente decide atacar a otras creencias. Tenemos que tomar en cuenta que para muchas personas, su religión determina en gran parte el rumbo que dan a su vida. Es ahí cuando le fallamos a nuestras creencias, cuando le fallamos al amor que se supone profesan nuestros dioses, a la paz idílica, que encuentra una cuna en la fe, un hogar en la teoría y la palabra, pero un mar con rumbo difuso en la práctica.

El radicalismo e intolerancia en las religiones no es una cuestión que se quede en alguna región específica del mundo. Tenemos que plantear el choque de las voces y ecos mortales con la búsqueda o necedad de encontrar la voz divina —o comprobar, de una vez por todas, su inexistencia—. La esperanza humana y su fe tendrán que decidir si la intención es desacreditarse unas a otras hasta el último de sus días o respetarse y creer independientemente, en espera del final.

La intolerancia ha sido el gran verdugo de la diversidad de la fe humana. Mientras la humanidad profesa en la mayoría de sus dioses un mensaje de “paz y amor”, a la par se torna violenta, realista, y destructiva, confundida sobre su rumbo, haciendo a un lado la búsqueda de esa paz por intereses superficiales que los –nos– han acompañado desde el principio.

No, la palabra de Dios no está en nuestras bocas. La verdad del universo no la tenemos en nuestras manos y el demeritar las creencias ajenas no hará que las propias se conviertan en la llave divina. La fe siempre ha ido de la mano de la existencia humana. Saquemos y aprovechemos lo más hermoso de ella.

Raymundo Ricárdez García

 

Last modified: 5 abril, 2016