Aprendiendo de nuestras cicatrices

Written by | Flechas Rayadas, Opinión

flechas rayadas

He esperado pacientemente por que llegue el día en que el pueblo de la República Mexicana esté preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección…” comentaba un Porfirio Díaz (dictador de muchas facetas) en vísperas de una revolución armada en su contra. A un siglo de esta, ¿le demostramos que somos un pueblo consciente respecto a quién elegimos como nuestros representantes, y qué les exigimos antes y después de ejercer su tan controversial labor?

No todo son promesas de campaña. No todo es un discurso alentador con un par de palabras rebuscadas; un slogan que recurre a la esperanza popular; un debate demagógico en el que los candidatos intentan ganarse los restos de un sufragio lastimado. No todo es enojarse y mandar a la chingada a toda la estructura sociopolítica mexicana. No nos equivoquemos, esto no empieza cuando un representante huye con el dinero de las arcas del Estado. No empieza cuando nos indignamos con la gente que, en teoría, elegimos. Empieza desde que un partido oferta a un candidato (o, en su defecto, este se oferta a sí mismo). Empieza con nosotros, teniendo una boleta, encarando a nuestros ideales y dudas. Empieza en la consciencia de cada uno de nosotros con respecto a lo que queremos para todos.

Duarte, aquella mañana, en entrevista con Loret de Mola, en cadena nacional, anunció que dejaría su cargo como gobernador de Veracruz. Horas después tuiteaba que “Servir al pueblo veracruzano ha sido un privilegio y el más alto honor de mi vida”. Ese pueblo veracruzano sigue esperando a que responda por las denuncias que se imputan en su contra, como prometió hasta el último día que tuvo una aparición pública. Con el caso Padrés, ocurre algo similar: la persecución por supuestos delitos relacionados con la distribución del recurso público en Sonora durante su administración, coloca a los demandados y demandantes en una situación lamentable. Sabemos que, de entrada, estas denuncias y/o acusaciones –independientemente de que todas estas tengan sustento o no– no tendrían que existir, desde el punto de vista en que esperamos lo mejor de nuestros representantes. Sin embargo, hay que entender que estos procesos empezaron desde mucho antes. La justicia no tiene que nacer ahora, por obra de nuestra indignación. Tuvo que haber nacido desde años atrás, cuando los elegimos.

Aún así, y en espera tardía de tan anhelada justicia, la situación no radica exclusivamente en los dos casos mencionados, radica en toda una estructura establecida. Estos no son casos aislados y anormales en la administración pública mexicana. Lamentablemente, temporalmente son los ejemplos más cercanos y mediatizados, pero no son excepciones. Ahí es donde mi insistencia se vuelve exigencia. Como pueblo tenemos la responsabilidad de participar, de pensar de verdad en nuestro futuro, de exigir justicia en todo momento y no cuando ya es demasiado tarde. No hablo exclusivamente de sonorenses y veracruzanos; hablo de todo México.

¿Qué aprendimos de esto? Es más, ¿aprendimos algo? Intento explicármelo con tristeza, como un joven de 21 años que todavía no termina de entender por qué el sistema funciona así. Somos un pueblo de berrinches, lo reconozco. Nos enojamos, queremos exigir, pero después nos desentendemos de nuestro entorno, lo mandamos a la chingada, nos convertimos una y otra vez en un pueblo sin memoria, en un pueblo condenado a repetir los errores.

Por ahí, dicen que los mexicanos aguantamos y aguantamos hasta ya no poder. Pero, cuando dejamos de resistir, pasan cosas grandes. Mi pregunta es: ¿hasta dónde estamos dispuestos a aguantar?

Raymundo Ricardez García
raymundo.ricardezga@udlap.mx
@RayRicardez

Last modified: 25 octubre, 2016