La estúpida utopía científica

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No hace mucho, en una rápida inmersión en mi feed de Facebook, apareció en mi pantalla un video donde un par de hermanos de alguna región de África construían juguetes a control remoto. Los hacían a partir de unos cuantos contenedores de plástico, circuitos recuperados de viejos radios y otros desechos electrónicos. Días después, un artículo compartido por uno de mis familiares saltó a mi pantalla, hablaba de la capacidad de hacer ciencia de acuerdo a la posición socioeconómica.

Nuestra época de conexiones infinitas, información al por mayor y contenidos prácticamente ilimitados, ha sembrado en nuestras mentes ideas de utopías y verdades a medias. Una de ellas, con la que además no comulgo, es la idea de que todo el mundo, por más pobre, que sea puede llegar a hacer ciencia. ¿Cómo un niño africano azotado por la guerra civil y la pobreza de su región puede llegar a estudiar en Harvard? Cualquiera me dirá “es posible” y no se lo podría objetar porque, hasta cierto punto, tiene razón, pero como ya mencioné, nuestra era millenial a veces nos llena la cabeza de verdades a medias.

Es cierto que todas las personas tenemos la capacidad de hacer algún tipo de innovación, ya sea en arte, política, o ciencia. Todos somos capaces de tomar una serie de sinapsis y convertirla en un eureka que tenga un impacto significativo en nuestra sociedad, pero no todos estamos en las mismas condiciones de tomar ese momento de genialidad y desarrollarlo. La comunidad científica dice: “no es cuestión de circunstancias sino de resultados”. Lamentablemente, las circunstancias sí afectan.

Neil deGrasse Tyson, en una entrevista hecha por Rafael Alvero para El Paísdijo “quizás el próximo Einstein se está muriendo de hambre en Etiopía y nunca lo sabrás porque es un niño sin comida”. El desarrollo de una mente brillante requiere entre muchas otras cosas ser cultivada: ¿cómo cultivar una mente sin agua, comida y libros? ¿Cómo esperar un Nobel de un lugar donde la principal decisión es luchar para vivir otro día o estudiar?

Hace un poco, la revista Nature publicó un artículo titulado Is science only for the rich? En él se describían las dificultades en la educación que existen en diferentes países, con situaciones políticas, económicas y culturales diversas. Entre los países mencionados, estaban: Estados Unidos, China, Reino Unido, Japón, Brasil, India, Kenia y Rusia.

En lugares como EE.UU, Reino Unido, y Japón, las diferencias socioeconómicas impiden a los estudiantes de distritos pobres competir con sus contrapartes bienaventuradas, debido a los altos costos de las instituciones de enseñanza. En Estados Unidos, el costo anual de una universidad de prestigio supera los $60,000. Para aquellos que decidan aplicar en programas escolares de beca, al final de su carrera los deja con una deuda promedio de casi 27 mil dólares. Para los estudiantes ingleses, los costos de una universidad puede llegar a las nueve mil libras, lo cual es una gran problemática, ya que Reino Unido es uno de los países con el coste de vida más alto.

Por otro lado, Kenia e India afrontan otras problemáticas: en Kenia, casi la mitad de la población vive con menos de dos dólares al día (40%), las condiciones de las escuelas son deplorables, sin mencionar que los aportes gubernamentales para cursos de investigación no son estables.

En India, las barreras de lenguaje, género y castas obligan a los estudiantes a conformarse con instituciones locales. Aparte de esto, los estudiantes crecen con estigmas psicológicos debido a la distinción que hacen sus maestros debido al sistema de castas; de igual manera, las mujeres de zonas marginadas son desincentivadas a continuar sus estudios, incluso por sus propios padres. Si bien India es una gran nación para la investigación y el desarrollo, ya que es una economía emergente y recientemente ha demostrado producir grandes logros en ingeniería, la población local sigue limitando a las mentes de este país.

Rusia y China aún no han conseguido crear un modelo educativo que dé frutos significativos. En China, los costos de las universidades no superan los 750 dólares anuales a causa de un mandato gubernamental y las escuelas de lugares apartados seleccionan a aquellos estudiantes destacados para ofrecer programas de educación más competentes.

Sin embargo, aunque los científicos son numerosos, se ven superados por los altos costos de vida. Los científicos en este país ganan seis mil yuanes al mes, lo cual representa el quinto de lo que gana un estudiante recién graduado en otras partes del mundo, lo que los lleva a pedir más apoyos gubernamentales, creando un círculo vicioso de esclavitud intelectual que resta calidad a los trabajos publicados.

Rusia, aunque presenta una de las mejores políticas educativas con un sistema de identificación de mentes dotadas y la promoción de su desarrollo, no ha podido producir buenos resultados debido al aislamiento que presentan los egresados y la poca representación que se les da a los mismos.

Al contrario, Brasil, aún con sus marcadas diferencias socioeconómicas, ha logrado implementar un programa con resultados impresionantes, dando prioridad a aquellos estudiantes que provenían de familias de pocos recursos. Por ejemplo, la Universidad de Campinas da prioridad a aquellos estudiantes destacados de escuelas de gobierno. A su vez, el gobierno de Brasil ha creado programas como Ciencia sin Barreras, donde alrededor de 73,353 participantes provienen de familias de bajos ingresos.

En México, los setenta años de rezago educativo siguen deteniendo el desarrollo intelectual del país. Las amplias brechas socioeconómicas, el analfabetismo, la deplorable calidad de la educación en las zonas rurales y en algunas zonas densamente pobladas, las represalias hacia los estudiantes por su libre pensamiento, los altos costos educativos y el salario mínimo dejan a los estudiantes mexicanos en una seria desventaja contra el resto del mundo. Aún así, entidades como el CONACYT, el SNI  y otras instituciones de investigación, a pesar de sus reducciones de presupuesto (CONACYT, -31%), se han logrado aumentar las plazas de profesores e investigadores.

La UDLAP cuenta con diversos programas de investigación, 300 profesores de tiempo completo (de los cuales, alrededor de 95% cuenta con posgrado y 40% pertenece al SNI); cuenta con casi 50 carreras con acreditación nacional y convenios con universidades de todo el mundo, pero la realidad sigue siendo esta: se trata de una universidad privada, muy por encima de la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población. Su colegiatura ronda los $15,000 pesos por materia, más algunos otros requerimientos propios de la universidad y el costo de vida.

Esto último representa una odisea imposible de completar para aquellos que viven con el salario mínimo. La cruda verdad es que la investigación científica es una tarea para aquellos con el poder adquisitivo. Para los que no lo tienen, queda una lucha sin cuartel por la superación académica, obligándolos a participar en unos Hunger Games donde el premio principal es un título universitario y la posibilidad de tener una mejor calidad de vida.

Roberto Eduardo Montufar Aguilar

roberto.montufarar@udlap.mx

Fotografía: Universidad de las Américas Puebla

Last modified: 5 octubre, 2016