Como metal al rojo vivo

Written by | Oídos Sordos, Opinión

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Como tantas personas, el martes de la semana pasada me desvelé conteniendo la respiración y rogando por un milagro. Confieso haber vaciado dos copas de vino y casi media cajetilla de cigarros mientras observaba la pantalla de mi computadora, esperando a que los números cambiaran a favor de Clinton. En la pantalla de la televisión, CNN, con el sonido apagado, porque no podía escuchar un instante más de lo que estaba pasando. En su lugar puse música, y esperé revisando las reacciones en redes sociales. Esperé hasta que fue evidente que nada quedaba por hacer.

Confieso, también, que al final de esta campaña electoral —que ni siquiera era de nuestro país— me descubrí más afectada emocionalmente de lo que esperaba. El resto de la semana, la pasé en un trance sonámbulo y entumecido, de quien está demasiado afligido para sentir algo más. Es un estado en el que recuerdo haberme sumergido solo algunas veces en mi vida, después de la muerte de algún familiar o una pérdida igualmente terrible. Me encontré de golpe de luto y me tardé un par de días en procesar lo que había muerto: mi visión esperanzada del futuro.

Déjenme ponerlo de manera más clara: para mí la verdadera tragedia no reside en quién ganó —por terrible que sea—, sino en el descubrimiento de la cantidad de gente que lo apoya de verdad. Más de la mitad de la población de una de las naciones más poderosas e influyentes del mundo, se levantó el 8 de noviembre y fue a votar por ese payaso ignorante que días antes ridiculizaban. Mi desilusión proviene del hecho de que, por primera vez, tenemos en este siglo una visión real de lo atrasado que está el mundo, de lo ignorante que puede ser la gente, de lo mucho que nos queda por recorrer y la cantidad de gente que se niega a hacerlo. Me golpeó de lleno ese martes por la noche la realidad del odio que hay en el mundo.

El verdadero peligro no es Donald Trump, porque un solo hombre solo puede causar cierta cantidad de daño, incluso con el poder de la presidencia estadounidense. El verdadero peligro son los millones de personas que lo siguen, que de pronto se han descubierto como parte de una multitud, de una mayoría que comparte creencias retrógradas y que súbitamente se siente justificada. Millones que finalmente, se sienten empoderados para esparcir un mensaje de intolerancia, reafirmados en sus creencias racistas, misóginas y prejuiciosas.

Sin embargo, después de pasar por todas las etapas de sufrimiento que ni yo sospechaba, descubrí algo más donde pensé que no quedaba nada. Verán, de acuerdo con las leyes de la Física, cada acción crea una reacción opuesta de igual magnitud (o algo por esas líneas). El desencanto que genera la elección de este payaso en la presidencia, ha generado una multitud de reacciones igualmente potentes: protestas, unión, inconformidad; poco a poco han surgido muestras de resistencia contra su mensaje en todo el mundo. Tal vez, esta última desgracia era lo que nos hacía falta para despertar, para que el agua se derrame del vaso y el verdadero cambio llegue.

Este no es el momento de sufrir por lo que sucedió en nuestro país vecino. Estoy segura de que la gente en Estados Unidos ya tendrá tiempo y trabajo de sobra para contrarrestarlo. Nuestro trabajo comienza en nuestro país, en nuestro contexto, en nuestra propia casa. No se trata solo de no perder la esperanza, sino de trabajar activamente para seguir avanzando, para demostrarnos que sí se puede, no importa lo que gente como Trump diga.

Este es el momento de permanecer unidos, más que nunca, y mostrar un frente fuerte y estable en contra del odio. Demostrar lo que podemos lograr como país. Lo que puede lograr el mundo. Más que nada, demostrar lo que podemos lograr como generación que pronto heredará el planeta. Algún día no solo seremos un porcentaje de las encuestas, un número más que analizar y descubrir que nuestra inclinación no coincide con los resultados. Antes de lo que creemos, nos tocará a nosotros crear el mundo con nuestras decisiones.

Los años que vienen van a ser difíciles, pero el fuego forja el metal y tengo fe —esa parte de mí que se rehúsa a morir no importa qué pase— en que los siguientes años forjarán una generación que no está dispuesta a repetir los errores de nuestros predecesores, que reaccionará en contra del odio y logrará un mundo aunque sea un poquito mejor. Podemos sobrevivir los años que vienen, porque emergeremos más fuertes que nunca del otro lado, y porque pase lo que pase, no estamos solos.

Sofía Marlascoa Couoh
sofia.marlascach@udlap.mx
@SofMarla

Last modified: 14 noviembre, 2016