Oda al aprendizaje

Written by | Fuera de foco

fuera-de-foco-logo

Hoy publico mi última columna del año. Por ser la última me doy la oportunidad de ponerme sentimental. Batallé un poco para decidir qué escribir–casi hago una reflexión estilo Carlos Castaneda, pero me abstuve–. Al final me decidí por hacer una reflexión sobre lo que aprendí este semestre y que creo pertinente compartir con cualquier persona que tenga en gana leerme.

Esta es una de las verdades más obvias, pero la reitero: la universidad es demasiado sencilla para los que solo vienen a estudiar. Si quisiera hacer solo eso, venir a algunas clases y ganar un título, podría hacerlo por internet. Si quisiera el conocimiento que me dan las materias, podría leer muchos libros y dedicarme a viajar, estoy seguro que así aprendería más. Sin embargo, la universidad puede ser mucho más, como el ambiente de rondar en el campus, y de cholulear. Lo que representa la “universidad”, desde el concepto, es la oportunidad de involucrarme con gente a la que amo profundamente, de formar parte de proyectos más grandes que mi persona (como este), o la posibilidad de aprender cosas que van mucho más allá de un libro y un maestro dictando una diapositiva.

Le externo mi más sincera admiración a esas personas que, además de lidiar con su vida académica, sus finales, su vida personal, el constante estrés de la vida universitaria, que sus semanas tienen miércoles; también están en todas las organizaciones estudiantiles, te saludan con una sonrisa, participan en intramuros y tienen energía para socializar, porque esas personas son las que, estoy seguro, se comerán el mundo.

En segundo lugar, la que desde ahora es parte de mi filosofía de vida y lo mejor que me dejó este periodo: si vas a hacer amigos, asegúrate de que sean más inteligentes que tú.

No hablo, necesariamente, de que vayas y te juntes con el o la prospecta Magna Cum Laude de tu generación (que podría ser). Simple y sencillamente hablo de que procures rodearte de gente de la que siempre puedas aprender algo.

A mí, por ejemplo, este semestre me tocó conocer a una chava que, además de una conversación maravillosa, me puede dar, cuando le dé la gana, unas clases de robótica con peras y manzanas.

Una de la sarta de muestras de sabiduría que la directora de mi prepa me dijo al entrar, es que no había que generar vínculos con los maestros; uno de mis maestros es de mis mejores amigos y me enseñó (entre muchas cosas) que el amor se inventó en 1200, que es la mejor punch line que he escuchado hasta ahora.

Conozco a una queretana que, además de idear fórmulas utópicas de relaciones humanas, me da clases de filosofía que van más allá de mis disparates. Tengo, dentro de mi grupo de amigos predilectos, a un tipo que es como Wikipedia de drogas y a otro que lo es del rap, y aunque ninguna de las dos cosas son [muy] de mi agrado, algo les he aprendido. Conocí a una internacionalista que es artista de clóset, que me enseñó que puedo querer mucho a alguien aunque quiera sacarle los ojos. Por angas o mangas, me topé con una persona maravillosa que me enseñó que los amigos son buenos y te pueden acompañar en tus peores crisis: rasurarte.

Alguien se dignó a enseñarme a tomar fotografías.

Topé, después de años, con una mujer que me enseñó a hacer paseos peripatéticos por Cholula y que administrar mi dinero puede ser una muy buena idea (entre otras cosas).

¡Vaya!, estoy en la Catarina, donde conocer gente que admirar y de las que aprender es pan de cada día.

Haré un intento desesperado por cerrar con broche de oro:

No vengas a la universidad en busca de algo tan mundano como un título. Esas madres no sirven de nada. Ven a la universidad a aprender cosas que sí valen la pena de maneras que lo ameriten: con contacto humano, cagándola, levantándote, ahogado en estrés, con el corazón roto y, lo más importante; ve por la vida consciente de tu propia estupidez, porque es la única manera que existe de aprender.

Eric H. Cetina Karsten
eric.cetinakn@udlap.mx
@ehauvery

Last modified: 29 noviembre, 2016