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En poco menos de un mes serán 50 años de uno de los sucesos más trágicos en nuestra historia y parece que a pesar del tiempo, permanecemos con la tendencia a repetir errores.
Vivimos en un país con grandes virtudes, pero también en uno donde la violencia y el silencio por la fuerza son de los peores defectos.
Que existan es inaceptable, que se trasladen a una universidad mientras los estudiantes hacen ejercicio de sus derechos, es alarmante. Nos jactamos de querer un mundo que progrese, pero mientras no existan y se resguarden los principales derechos de cada individuo, el avance que se logra es artificial e insuficiente.
La misma generación que hace un año formaba parte de los miles de mexicanos que juntos intentamos mantenernos de pie ante un temblor, es aquella que cada día intenta construir un futuro dentro y fuera de las aulas de clase y, hacer peticiones para que eso sea posible, es un acto de respeto en el que nadie debería sentirse vulnerable o expuesto.
Esta semana los jóvenes buscaron alzar la voz en un mundo que quiere silenciar la valentía y la justicia. Aunque algunos quisieron intentarlo, no lograron borrar el espíritu que inunda nuestra generación. Existe una chispa inexplicable de empatía y compasión que se encendió en nosotros cuando nos encontramos con una sociedad deshumanizada que se desacostumbró a sentir.
Nos toca evitar que se normalicen las injusticias. Saber que aunque somos personas con matices en nuestros pensamientos, la fuerza nunca es la respuesta. Que una transgresión a los derechos de otros, se convierte en un llamado a la empatía.
Este suceso es parte de la historia de México, cada uno de nosotros forma parte de él. Todos somos estudiantes, todos seremos trabajadores y mientras permanezcamos unidos la injusticia no nos derrumbará.
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Last modified: 7 septiembre, 2018
