Una fila de niñas y una fila de niños, por favor

Written by | Opinión

Siempre he sido disruptiva, desde pequeña lo fui —sin proponermelo, por supuesto— y hoy lo reivindico. Crecí haciendo cosas que los adultos me pedían que dejara de hacer porque eran «propias de los niños», y me negué aquí sí decididamente a hacer otras tantas que la sociedad me imponía y esperaba de mí simple y sencillamente por haber nacido con una vagina.

Los roles y los estereotipos de género, hacen de las suyas desde antes siquiera de que nazcamos, aún estando en proceso de desarrollo en el útero de nuestra madre somos víctimas de las primeras imposiciones. Por ejemplo, el Baby Shower, una fiesta que va a ser toda azulada o toda rosada según lo que el ultrasonido haya arrojado y que implicará recibir regalos, también todos azules o todos rosados. ¡Con lo bonita y extensa que es la gama de colores! ¡Con lo bello que es el rojo!

Posiblemente, esta situación no nos resulte tan adversa, pero si nos detenemos a reflexionar sobre la continuación y los alcances de estos lineamientos, podremos identificar una serie de actividades o de actitudes que siempre quisimos— o incluso necesitamos— realizar, pero que nunca pudimos llevar a cabo por ser un hombre o por ser una mujer.

Recuerdo lo tormentoso que me resultaba el ver pasar los días de la semana sabiendo que se acercaba el jueves de clase de ballet, taller al que mis padres ilusionados y francamente equivocadosme inscribieron y que para mí implicaba el enfundarme en un tutú rugoso e intentar de manera fallida, por supuesto hacer pliés y relevés. Y no me malinterpreten, el ballet me encanta, pero me desempeño mucho mejor como espectadora que como bailarina.

También tengo muy presentes las clases que, con todo y mi técnica mal aprendida, le daba a escondidas a uno de mis amiguitos que moría por aprender a danzar pero que lo tenía prohibido por ser un niño. Y aunque la tortura, al menos para mí, terminó tras una presentación que organizó la escuela de ballet momento en el que mi madre entendió que yo no tenía aptitudes para esa disciplina y que además, y lo más importante creo yo, no me interesaba tenerlas  no puedo evitar pensar en el resto de condicionamientos que vamos adquiriendo y de cierta forma resignándonos a aceptar por ser asignados determinado género.

Y es que la cosa no termina con un «las niñas juegan con muñecas» y «los niños sí o sí deben ser deportistas», sino que después, esas imposiciones socialmente construidas se convierten en: las mujeres no sirven para las ingenierías, deben de ser obedientes (sumisas), hablar bajito, ser precavidas, tener hijos, ser buenas en la cocina, maquillarse antes de salir de casa o de lo contrario evitar salir de ella, ser pacientes, vulnerables y sensibles. Por otro lado, los hombres no deben llorar, deben ser atléticos (mejor aún si son altos, fornidos, velludos y con voz grave), deben ser valientes (incluso temerarios), están obligados a ser rudos, a evitar las actividades artísticas, a pagar las cuentas, a reprimir sus sentimientos y, sobretodo, a ser muy, muy masculinos (lo que sea que eso signifique).

Mi pregunta es,: ¿de cuántos bailarines increíblemente talentosos nos habremos perdido, por prohibirle primero a los niños, y luego a los hombres, usar mallones y danzar las composiciones de Tchaikovsky? ¿Cuántas mujeres con talento científico digno del Premio Nobel no pudieron desarrollarlo porque se sigue creyendo que la química, la física y las matemáticas son cosas de hombres? Y, más importante aún, ¿qué tanto nos hemos limitado académica, profesional y, sobretodo, personalmente nosotras y nosotros mismos por cumplir con esos mandatos sociales que respetamos como sacros y que la mayoría de las veces no son más que subjetivismos injustificados?

En un mundo en el cual los celulares cada día son más y más inteligentes, la sociedad parece avanzar a un paso mucho más lento que la mantiene en el anacronismo. Es sumamente importante que reflexionemos sobre los presupuestos con los que hemos acotado lo que es ser hombre y lo que es ser mujer y que entendamos de una vez por todas que cuando le imponemos al otro género una serie de particularidades («no llores», «no uses rosa», «tienes que ser rudo»), automáticamente le imponemos otras tantas características al género propio («llorona», «te tiene que gustar el rosa», «tienes que ser frágil»).

Y oigan, nada ganamos con auto limitarnos. Estamos a tiempo de hacer todo eso que no nos dejaron hacer. Empecemos a ser. Empecemos a vivir. Y no perdamos de vista que antes que mujeres u hombres, todos somos personas con el derecho a desarrollarnos plenamente y, sobretodo, a ser felices.

 

Daniela Hernández

daniela.hernandezsz@udlap.mx

@DanHdex

Last modified: 1 octubre, 2018