Analfabetismo genérico

Written by | Opinión

El Popocatépetl, además de hermoso, es bastante disciplinado. Espolvorea a diario al aire poblano una ceniza que, aunque a veces nos resulta imperceptible, se posa sobre carros, mobiliario y personas sin hacer distinción alguna; no siente respeto por nada, ni siquiera por los libros. Esa es la razón por la cual, cada cuatro meses, destino un día específico para sacudir y reorganizar mis estantes antes de que el polvo y las telarañas me ganen la batalla.

Cualquier persona que se considere lectora sabe bien que la misión es compleja, en gran parte porque se antoja repasar páginas ya leídas y reencontrarse con personajes antes conocidos. En mi caso, el ritual es siempre el mismo: ropa cómoda, cafetera llena y música apenas audible al fondo. Y así, reacomodando mis tesoros, entre la Frontera de Cristal y los  Relámpagos de Agosto, caí en cuenta de lo masculinizado que está mi librero. Por cada cinco títulos escritos entre Cortázar, Steinbeck, Paz, Hemingway y Mishima, hay una Chimamanda Ngozi; por cada tres libros producidos por Toscana, Saramago y Quiroga, se asoma uno de Allende; y sobre los títulos académicos mejor ni hablamos: escaso de Arendt y mucho de Huntington.

Sin planearlo, me encontré con una clara evidencia de lo poco que se lee a las plumas femeninas en comparación con lo mucho que se escucha en nuestras bibliotecas las historias relatadas por los hombres. Seguramente habrá quien haya reparado en este contraste antes y cuyo acervo bibliográfico incluya a más féminas, pero basta con echar un ojo a las recomendaciones de lecturas que hay en los medios o en las listas de personalidades que presiden las ferias del libro para darnos cuenta que, más allá de mis propios libreros, el género femenino no esta suficientemente representado en el mundo de la literatura.

Evidentemente, esta desigualdad tiene un origen histórico; la relación entre la mujer y las letras siempre ha estado constreñida. El pueblo, en su generalidad, tardó bastante en poder acceder a la lectura y a la escritura, pero fuimos específicamente las mujeres quienes tuvimos que esperar por más tiempo, pues no tiene tanto que las escuelas y las universidades abrieron sus puertas para nosotras. Cuando la alfabetización ya nos consideraba como sujetos, la mujer escritora siguió enfrentándose a numerosos obstáculos. Muchas, sabiéndose imposibilitadas para publicar sus obras —no por falta de talento, sino por falta de testosterona—  eligieron firmar sus libros con algún nombre masculino como pseudónimo. Otras tantas menos osadas, optaron por agachar la cabeza y mirar desde las sombras cómo sus esposos se adjudicaban escritos ajenos por los que después recibían vitores: hay hombres ilustres de la literatura que están totalmente construidos sobre las letras escritas por sus esposas, sus hermanas, sus hijas o sus amigas.

Es cierto, desde entonces hasta ahora, las cosas han cambiado algo, pero aun no lo suficiente. Sí, las mujeres nos hemos empoderado y nos hemos apropiado —luchando— de las plumas y de los teclados, hemos vaciado nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras realidades en textos, pero seguimos sin ser lo suficientemente leídas. Los estereotipos de género se perpetúan, cada que alguien concluye que las mujeres sólo escribimos novelas rosas o cuando se duda de nuestra capacidad para producir ciencia ficción o novelas históricas; y el machismo permea en la Academia cuando creemos que las palabras de una especialista merecen menos consideración que la de su colega varón.

Hoy, las mujeres leemos, las mujeres escribimos, editamos e investigamos, pero no somos suficientemente leídas. Merecemos que nos lean todos y sobre todo, necesitamos leernos entre nosotras mismas. Elijamos  más títulos de Atwood, de Woolf, de Beauvoir, de Highsmith, conozcamos otras realidades y otras historias, reconozcámonos en sus páginas y en sus personajes, amémoslas u odiémoslas, pero leámoslas. La próxima vez que escojamos un título, recordemos que cuando les damos voz a ellas, nos estamos dando voz a nosotras mismas. Renovemos nuestros libreros y, con ello, nuestro papel en la historia.

 

Daniela Hernández Sánchez

daniela.hernandezsz@udlap.mx

@DanHdex

 

Last modified: 29 octubre, 2018