Hay un asesino suelto en el Campus. Nos lleva de uno a uno, de semana de exámenes a semana de exámenes. De entrega a entrega, de desvelada a desvelada. Vemos cómo consume a nuestros amigos, compañeros, a nosotros mismos. Vemos cómo nos envuelve, nos viste, cómo ahoga los ecos de nuestros auxilios. Y, aún así, no hacemos nada.
El tema del burnout es uno que ha tomado tracción en los últimos años y me siento como disco rayado al mencionarlo nuevamente. Por mucho tiempo traté de no escribir esta columna, de verdad traté. Lamentablemente, no me queda mucha opción. No con una, no con dos, pero sino con tres semanas de exámenes encima mío, el burnout ha triunfado y me obliga a escribir este texto.
Si les adjuntase una foto de mi cara con este escrito probablemente digan “oye, tú eres la niña de la biblioteca”, ya que estas últimas semanas me la he vivido de nueve de la mañana a nueve de la noche encerrada en ese magnífico santuario de la sabiduría, de lo somnífero y de Netflix. Solo dejaba la biblioteca porque cerraban o porque tenía que ir a clases. Encima tuve entrega de proyectos, tareas, trabajo en organizaciones estudiantiles. En fin, todo lo que se puedan imaginar. No creo trabajar más que el universitario promedio. De hecho, este es el problema.
Ya llega a ser una experiencia universal el hecho de no dormir, saltar comidas y perder el tiempo de ocio. Les pregunto, ¿cómo es posible que, cuando hablamos de no dormir ni comer, nos respondan con un “bienvenido a la universidad”? ¿Cómo podemos normalizar este comportamiento completa y absolutamente perjudicial a la salud mental? El burnout no lo estamos viendo como un mal, sino como una norma. Así, no entiendo como se sorprenden de lo patológicos que nosotros los jóvenes llegamos a ser hoy en día.
Mi generación la sufre mucho, pero somos mártires silenciosos. Sabemos que si nos quejamos solo nos remarcarán lo afortunados que somos por vivir en el mundo de ahora. No les voy a mentir, nunca les haría eso mis queridos lectores, en algunas cosas la tenemos chido. Aunque tenemos que aprender a alzar la voz.
Este mortal burnout solo crece con el tiempo y el silencio. ¿Cuántos millennials más vamos a perder ante el suicidio? ¿Vamos a dejar que la generación Z sufra el mismo destino de nosotros? Los invito a levantarse antes de que perdamos toda la energía para luchar. Después de todo, no es mi burnout, no es tu burnout, es nuestro burnout.
Anna Gabriella Cavagliano Martínez
Anna Gaby Cavagliano Ansiedad Burnout Campus El Veinte Estudiante exámenes Parciales Trabajo
Last modified: 5 marzo, 2019