Por ti, no voy a abrazar a los que quiero

Written by | Opinión

Sofía se iba a España al día siguiente. Esa tarde en que hicimos un picnic en el parque de su fraccionamiento era la última vez que estaríamos juntas en mucho tiempo. Cuando llegué, me acerqué a ella corriendo, llevada por la emoción. Pero ella levantó la palma y me dijo: hasta ahí, acuérdate”. Entonces extendimos la sábana en el pasto, y ella se sentó en el extremo opuesto a mí. Cada una comió de su comida, sin compartir nada. Cuando el cielo se puso gris y las nubes parecían echársenos encima, me dijo que podíamos ir a su casa si nos quedábamos en el patio. Ella abrió todas las puertas por mí y yo entré sin tocar absolutamente nada. No llovió, pero sí anocheció, y con un nudo enorme hecho en la garganta tuve que pedir mi taxi. Cuando llegó, me quedé parada enfrente de mi mejor amiga, sin saber qué hacer o qué decir. Ya sabes que no te puedo abrazar”, me dijo. Asentí, y con la voz temblorosa le dije que la iba a extrañar. Por fin me subí al taxi y, a último momento, Sofía me tomó la mano y me la apretó a través de la ventana. Dijo algo parecido a un ay, ya, es justo”. Y me fui. 

Sofia fue tan precavida porque veía constantemente a su abuela y a su abuelo, personas mayores. Les iba a ver al día siguiente, antes de irse al aeropuerto. Y les quería tanto que el mero hecho de sujetar mi mano fue para ella el mayor acto de rebeldía del que se sintió capaz, porque no sabía a quiénes había tocado o dónde había estado. Y sí, podía lavarla y ponerle gel antibacterial una y otra vez, pero Sofía se preocupaba tanto por su familia que para ella mi mano era casi todo o nada. Aprendí mucho de mi mejor amiga ese día. 

Han pasado más de seis meses desde entonces, pero el 11 de octubre del presente año la Secretaría de Salud reportó que los nuevos contagios de COVID-19 son 2,007 por cada día que pasa en México. Al ver cifras así me pregunto por qué no todes podemos ser como Sofía. Me pregunto qué pasaría si le prometiéramos a cada persona que se nos cruza en la calle que la vamos a cuidar como si fuera nuestra abuela. Me pregunto cómo sería esta pandemia si miráramos directo a los ojos a cada trabajador o trabajadora esencial que nos atienda y le dijéramos: por ti, no voy a abrazar a les que quiero”. 

Sin embargo, cuando escribo esto me siento como la hipócrita más enorme del mundo porque, como todes a estas alturas, he salido durante la pandemia. Lo he hecho para ver a las personas que quiero, las mismas por las que no debería salir. Porque, hay que reconocerlo, realmente lo hago movida por el egoísmo: porque ya no soporto estar encerrada, porque las clases en línea se sienten más como tortura que como clases y porque ver a mis amistades me da un poco de la serotonina que tan desesperadamente necesito. Y es que los seres humanos guardamos un sinnúmero de complejidades y contradicciones; por eso no le podemos pedir a todes les mexicanes que sean como Sofía cada día de la semana. A veces, ni siquiera nos lo pedimos a nosotres mismes, y enojarse por eso tampoco lleva a ninguna parte. Lo que queda es aprender de la empatía que desprenden historias como la de Sofía, para proteger a les que amamos, pero también para entender que todes estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo. 

Karmina Álvarez Sánchez
Columnista
karmina.alvarezsz@udlap.mx

Last modified: 27 octubre, 2021