El alimento de los golpes invisibles

Written by | Opinión

Tenemos un juego que siempre cumplimos en las noches. Cuando él llega yo espero que me avise para recibirlo. Si yo llego, él ya está esperándome. Le preocupa de sobremanera que ande por la noche en lugares desconocidos o que puedan parecerle peligrosos. Él es fuerte, valiente, inteligente y sabe qué puede lastimarme. A mí me inquieta cuando le preocupo más de lo debido, porque tiene cosas más importantes en qué pensar.

Mi amor es equivalente a las gracias que doy porque él me acepte con mis defectos y me perdone al final de cada discusión.

La sutilidad de acciones que dan pie a futuras agresiones generan patrones de violencia emocional que alimentan una disminución de la figura femenina. Las consecuencias se agravan cuando se transmite de manera generacional, convirtiéndolo en una cultura.

Resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2011) indicaron que en el Estado de México la violencia más frecuente es la de tipo emocional, con un 82.4 por ciento de las respuestas.

Los hechos más recurrentes son: ser ignoradas por su pareja (64 por ciento de los casos); ser continuamente menospreciada, humillada o comparada con otras mujeres (34 por ciento); hacer sentir miedo (23.6 por ciento); amenazar con quitarles a los hijos o correrlas de casa (22.3 por ciento); destruir o quitar lo que les pertenece (9.7 por ciento); sufrir encierros y prohibir visitas (9.1 por ciento).

Mujeres fuertes, trabajadoras y exitosas también vislumbran en muchas ocasiones un panorama parecido. La prevalencia de violencia de pareja es alta entre las mujeres que trabajan y tienen un desempeño profesional alto.

Este tipo de violencia generalmente es invisible, ya que escuchar frases como: “hay peores que yo”, “tú exageras”, “estás loca”; son comunes. Parece difícil identificar una falta de respeto en ello, sin embargo, el deterioro del estado de ánimo es el reflejo de que lo común no es lo más sano.

Saber datos que nos informen sobre violencia de género no nos hace inmunes a prevenirla o identificarla. Está de más releer que una niña siempre carga con una muñeca con la intención de cuidarla, enseñarle lo que ella sabe y hacerse amigas; o que un niño puede tirarse de lo más alto de un mueble para demostrar que es capaz de hacerlo sin doblarse de dolor al momento de tocar el suelo. Pero, ¿en qué momento de la convivencia estas identidades entran en conflicto y se deforman?

Los roles sociales están implícitos en lo más profundo de nuestra educación. La capacidad de la mujer para mejorar sus dotes culinarias y hacer uso de su instinto maternal, la encasilla y limita su capacidad de cambiar un estereotipo. Así como al hombre, su instinto protector y proveedor lo lleva a ser partícipe de manera a veces inconsciente de buscar un papel con mayor autoridad.

Hace unos días escuché una conversación en la sala de mi departamento, “gracias por avisar” comentó él con un tono sarcástico, ella sintió culpa pero tenía  la necesidad de hacer algo diferente que no lo involucrara a él también. Le tomó por sorpresa y no supo qué responder. Él salió. Ella decidió comentarlo con los presentes en el departamento pero nadie sabía qué decir.

Si no se tiene conocimiento y consciencia de lo presente que está la inequidad, aun en una época en la que se dice que la mujer cuenta con más herramientas para defenderse y existen órganos públicos que apoyan la erradicación de estos problemas, ¿cómo podremos percatarnos de que estamos en situaciones así?,¿cómo podríamos aconsejar a alguien cercano? Permitir que esto suceda es como cavar tu propia tumba y la de alguien más.

Ana Garza y Dafne Covarrubias

artemisa.covarrubiasza@udlap.mx

ana.garzaca@udlap.mx

Last modified: 16 febrero, 2014