Hasta Macondo… A la memoria de García Márquez

Written by | Opinión

Cafeína para despertar

“Cuando estaba solo, se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabezal de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, hasta que le tocaban el hombro, entonces regresaba de cuarto en cuarto despertando hacia atrás. Pero una noche, él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real.” El 17 de Abril, Gabriel García Márquez encontró por fin el infinito.

Esta columna se la dedico a un hombre que jamás conocí en persona, al que nunca saludé con un apretón de manos, ni pude agradecerle su ayuda. Gabriel García Márquez sin siquiera saberlo me enseñó a soñar despierta, me regaló un boleto sin regreso a Macondo y supe lo que se sentía ver llover flores amarillas, me llevó a conocer a Santiago Nasar y a vivir su muerte y creyendo que eso no era suficiente —fui parte y no sólo espectadora— de una historia de amor de 53 años, 7 meses y 11 días con sus noches en medio del cólera; yo he escrito toda mi vida pero fue hasta conocerlo que me atreví a decirme “escritora” y no tener miedo… empiezo a pensar que mi trabajo es bueno, que escribir me construye, me alimenta, me hace feliz y que podría hacerlo por el resto de mi vida.

Si me preguntan, creo que el mundo necesita del arte, de los escritores y de sus mundos, de su poesía y del amor por todo aquello que nadie entiende —ni siquiera ellos— como la muerte, el sufrimiento, la alegría, la soledad y la vida. García Márquez se fue para seguir con nosotros.  Él, como sus historias, son atemporales. El jueves que me enteré que había muerto, me lo imaginé por un momento volviendo a Macondo encontrándose al fin con José Aureliano Buendía, Úrsula Iguarán y sus consecuentes siete generaciones en medio de aplausos y cientos de miles de mariposas amarillas, descubriendo que así como Melquíades, él también puede volver de la muerte cada vez que alguien lo lea.
Al mundo le dejaste mucho más que sólo 100 años, nos diste historias infinitas. A Gabriel García Márquez lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites. Y aunque no murió de amor, si vivió de él. Gracias por tanto.

María Fernanda Soria Cruz

maria.soriacs@udlap.mx

Last modified: 26 abril, 2014