La chica de la perla

Written by | Life imitates art, Opinión

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Si usted se levantase de forma repentina una fría mañana de 1665 en Delft, Holanda, ¿cuáles serían vuestras actividades cotidianas? Si despertase como una cocinera, desplumar un ganso, comprar el cuarto de ternera y hervir las papas antes de las dos serían vuestra principal prioridad. Si lo hiciese como la esposa adinerada de un pintor barroco probablemente tendriese en mente acomodar las perlas rosadas que compró unos días antes. Pero si lo hiciese como yo, Johannes Vermeer, la luz sería vuestro primer pensamiento, la luz y solamente la luz para disponer de los elementos del cuadro que no ha terminado.

Son tiempos difíciles para mí como pintor. Hace ya más de un año que no me han encargado una nueva obra, sencillamente no puedo encontrar ya inspiración en mis actividades cotidianas y Catherina no puede más que vociferar que si no vendo un cuadro pronto, iremos a la bancarrota. Se lo digo, hombre: nunca se case. Pero existe algo bueno dentro de todo este caos, algo que al igual que la luz de mis cuadros, no podría resaltar sin la obscuridad que la rodea: tengo la idea perfecta para mi siguiente lienzo.

Imaginese un cuadro sin argumento, sin un mensaje claro que intenta acceder a vuestra mente. Imagine una obra en donde la fuerza central está en una expresión facial y nada más. Mi siguiente cuadro no será un retrato familiar, no será un paisaje, y ciertamente tampoco un bodegón. Será una oda a la luz y a lo que le puede hacer al rostro de una hermosa damisela.

Esta mujer, blanca como la leche, sentada de perfil moja sus labios entreabiertos y me voltea a ver discretamente, mientras apenas comienza a esbozar una sonrisa. Sus ropas, todavía no importan, pero su arete, ¡oh!, esa grande e iluminada perla será el foco de mi obra y sólo requerirá dos pinceladas. No quiero que en este cuadro ocurra nada. No quiero movimiento y ciertamente no haré un retrato. El fondo no será más que un negro profundo y dejaré que la luz en el rostro haga el trabajo. La clave estará en no hacer líneas que marquen contornos, permitir que la luz y la sombra den relieve y al mismo tiempo profundidad; dejar que la belleza de esa piel lisa juegue con la luminosidad que la resalta. El último toque será un turbante. Amarillo ocre, blanco de plomo y azul ultramar constituirán la fina seda que caerá por su espalda. La Mona Lisa holandesa es como llamarán a mi obra en un futuro.

¿Lo misterioso? No he dejado registro de casi nada de lo que tiene lugar en mi vida. Mi lento trabajo y escasas obras, mi ineficiencia para alimentar a los 15 hijos que tengo con Catherina así como las deudas que les dejaré tras mi muerte no serán gran secreto, pero de quién aprendí o quiénes son mis musas permanecerá siempre en la imaginación de quien me observe. No he dejado rastro de mi vida cotidiana o de con quiénes me relacionaba, no he dejado carta alguna personal que los historiadores puedan analizar en el futuro y ciertamente el motivo de mi muerte no lo revelaré el día de hoy.

Siglos después, mis obras serán admiradas por miles. He destacado en este mundo como uno de los mejores pintores que alguna vez se haya visto. Algunas de mis obras perdidas en los mercados negros, otras desplegadas con orgullo en prestigiosos museos, todas servirán de inspiración para decenas de pintores, novelistas, cineastas y, con un atisbo de suerte, como voz para futuras columnistas.

Valeria Santos Vinay
valeria.santosvy@udlap.mx

Last modified: 13 octubre, 2016