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Siendo chiquita aprendiste a ser grande. Absorbiste, con tus ojos de niña, problemas que no fueron tu culpa. Te tocó vivirlos y hacerlos tuyos, luchar contra ellos todos los días. Ser incomprendida. Criticada. “Mala para la escuela”. Niña del crucero. Cuando detrás de esta etiqueta se encontraba mucho más que una niña a la que le tocó ser grande, tan grande que no dejo de admirarte.
Cómo ríes, cómo juegas, cómo aprendes. Cómo aprendiste más de matemáticas en la calle que en la escuela. Cómo aprendiste el valor de la familia, viendo a tu mamá luchar cada día, defendiendo a tus hermanos de otros niños que encontraban graciosa tu situación. Niños que no han aprendido todo lo que tú sabes. Que han escuchado más a los adultos ciegos que a otros niños.
Y así seguirá existiendo gente ciega, muy ciega, que pasará por un lado tuyo; que pretenderá saber los males que te acechan, que te juzgarán.
Conforme vayas creciendo y dejando de inspirar la ternura que inspiras ahora, siendo niña, te etiquetarán, ya adolescente, con mayor crueldad. Hasta que estés tan llena de etiquetas que solo si tienes suerte podrás escapar del molde. Ese molde que es lo mejor que los adultos podrán ofrecer a tu futuro.
Si tienes suerte, voltearán a verte. Para usar tu cara en la promoción de algún programa social. Para que algún político se tome foto regalándote un sándwich, o un juguete el día del niño. Para mencionarte en una cifra entre miles de niños más. Tu verdad será ignorada, incómoda, y la gente, indiferente. Porque es más sencillo echarle la culpa a que no te has esforzado lo suficiente. Que tus papás no se esforzaron lo suficiente. Está claro que el esfuerzo no significa lo mismo para todos.
Pero tú, chiquita, has aprendido en tus nueve años lo que mucha gente tardará en aprender toda su vida. Y quedarás en mi foto como una gran niña que aprendió demasiado, de errores y problemas que no debieron ser suyos.
Sara Achik López
sara.achiklz@udlap.mx
@SaraAchik
Last modified: 11 noviembre, 2016
