Todos pasamos por dos etapas peculiares mientras crecemos: la primera es cuando te urge ser mayor, poder hacer más cosas; la segunda es cuando ya te estás haciendo mayor y quieres que el tiempo se detenga porque todo va muy rápido.
Recuerdo que cuando estaba en la primera etapa, mantenía el pensamiento de que aún cuando creciera, seguiría haciendo cosas divertidas, cosas de niños. Por ejemplo, estaba decidida a no dejar de usar playeras con dibujos que me gustaran- y hasta la fecha lo cumplo, aunque sea en fines de semana-; también pensé que no quería dejar de jugar, así fuera en otros lugares, como parques temáticos, no quería dejar de sentir esa emoción. Lo último que me viene a la mente que pensaba, era que no quería dejar de ser feliz, volverme un adulto preocupado y con cara seria.
Ahora que entré a una oficina y cumplo horarios, pongo más atención a las hormiguitas trabajadoras a mi alrededor y, a pesar de que no todos son amargados, hay algo que no me acaba de convencer. El resto de sus vidas parecen girar alrededor del trabajo; el tiempo que le dedican a sus familias y las cosas que hacen por gusto dependen de la hora a la que salen de la oficina.
Pasé cuatro años preparándome para un trabajo, pero hasta que estuve en uno descubrí que no lo es todo. Por un lado, todos aspiramos a tener satisfacciones profesionales, pero por el otro creo que es importante no olvidar las demás cosas de la vida. Creo que las preocupaciones y responsabilidades son parte de crecer y están bien, pero también pienso que debe haber una forma de equilibrio entre las cosas serias y las divertidas. Debe haber una forma de crecer, sin olvidarnos de ser a ratos niños felices.
Andrea Chávez
adultos equilibrio Trabajo vida
Last modified: 16 octubre, 2017