Refracción: mención honorífica

Written by | Ágora

Refracción 

Autor: Mariana Cuevas Ramírez , Licenciatura en Administración de Negocios Internacionales.

Nada de esto hubiera sucedido si no hubiera ido a la fiesta de aquella tarde de otoño. Eran apenas las diez de la mañana, y toda la familia Jauregui ya comenzaba a alistarse con ansias, puesto que ser invitados a un evento de los Gandul, era lo equivalente a un pase directo hacia la sociedad élite. 

No comieron nada para entrar en los trajes y vestidos; el suyo, era un pesado pero sofisticado vestido celeste, el mejor que tenía. Tenía un fuerte olor a humedad y baúl viejo, ya que la última vez que lo usó, había sido hace ya tres años. Sin embargo, se fusionó con el aroma de la colonia de rosas que se roció, y no era un aroma en lo absoluto desagradable. Julieta se miró al espejo, y a pesar de no darle tanta importancia a toda esta preparación, sentía que se veía bien; el celeste sentaba perfecto a la piel desvaída, y los rulos en cabello leonado le daban un realce al atuendo.

 Para las doce del día, ya estaban todos subidos en la carroza; los padres estaban nerviosos ya que planeaban presentar a su hermano Lorenzo con Mónica, la hija menor de los Gandul. Julieta estaba emocionada ya que, la residencia a la que iban, era una misteriosa mansión, más grande de lo que cualquier persona se podría imaginar y con la antigüedad del inmenso bosque de secuoyas que la rodeaba. El aire helado entraba por los pequeños orificios en el pernio de la puerta. La vista por la ventanilla erizaba la piel, con el hermoso paisaje en tintes ocre y naranja, gracias a los campos de calabazas y las hojas marchitas. 

El viaje duró dos horas, hasta que se vislumbraron otras carrozas después de un trayecto solitario y llegaron a una inmensa entrada de terracería cubierta por las hojas de los enormes árboles. Desde tan lejos, ya se podía ver la fachada diseñada por el mismo Richard Morris Hunt, con su estilo renacentista italiano en una amplia gama de grises, resultando una obra arquitectónica apoteósica. No se parecía nada a las demás casas americanas, pensaba que se debía a los gustos peculiares de sus habitantes españoles. Había dos hombres uniformados detrás de la glorieta principal, preparados para aparcar las carrozas de todos los huéspedes. Uno de ellos los ayudó a bajar al relieve rocoso de la calle y cuando los cinco bajaron, el otro se llevó la carroza. 

La familia Gandul esperaba dentro el colosal vestíbulo de bienvenida, todos tenían rasgos afilados, y portaban prendas extravagantes que por deducción eran costosas. Fueron muy comedidos recibiendo a los Jauregui; Julieta recorría los relieves misteriosos y absorbentes de aquella elegante, pero escalofriante residencia. Lorenzo y Mónica tuvieron química inmediatamente y se aislaron para conversar y conocerse. Después de todo el ritual de recepción, invitaron a la familia a proceder al salón de la fiesta, lleno con docenas de mesas, inmersas en una algarabía absorbente, alrededor de una pista donde bailaban con gracia todos los invitados, como cisnes siguiendo las ondas de un lago en invierno. 

La fiesta fue como cualquier otra, con un toque de elegancia melancólica añadido, pero Julieta sentía demasiada intriga por aquel sitio. Como todos estaban entretenidos, inmersos en un teatro de realeza y majestuosidad aparentada patrocinando a sus familias, Julieta dedujo que nadie notaría si ella hurgaba en aquel lugar. 

Tanta era su curiosidad que comenzó a divagar en pasillos que parecían alargarse a cada paso, con paredes cubiertas en tapiz viejo que debió ser carmín hace décadas. Pero aún no encontraba su objetivo, la biblioteca, estaba segura que gente como ellos tendrían un caudal de libros con las mejores historias, puertas a otras culturas, explicaciones maravillosas de las cosas.

Estuvo cerca de rendirse y dejar a un lado su carácter acérrimo, cuando vio de reojo, en una intersección de pasillos, un par de portales del tamaño de una casa completa, con un diseño que erizaba la piel, tan imponente que transmitía un aire gélido al estar cerca. Julieta los intentó abrir, pero notó que tenían cerradura, así que buscó una llave escondida por todos lados. Sin embargo, cuando se volvió hacia el cerrojo, se percató de que ya había una llave insertada, así que solo le dio vuelta y empujó con todas sus fuerzas la puerta derecha.

Al abrirse esa puerta con semejante peso, una corriente rasposa de aire haló hacia el interior, alertando los sentidos de la nueva visitante. Julieta dio varios pasos hacia dentro y sus ojos se abrieron mientras recorría docenas y docenas de paredes impregnadas de libros, observando también una vieja mesa enorme al centro de la sala; ni siquiera se preguntó cómo era que estaba iluminada, ya que no había ni una sola vela o ventanas. Se dirigió al estante más cercano, agarró el primer libro que alcanzó y, con gran emoción, lo abrió.

El libro estaba completamente en blanco, ni un solo salpicón de tinta así que pasó a otro libro más grueso, pero este tampoco tenía absolutamente nada, solo cientos o miles de páginas en blanco. Con desesperación fue abriendo libros de cada estante, alterándose cada vez más, puesto que ninguno tenía una sola letra, pero tenían títulos, títulos despampanantes. La frustración de Julieta se iba enardeciendo; el corazón le latía muy fuerte pero tenía las manos heladas. Estaba a punto de marcharse de aquel solitario estanque de cadáveres de libros, cuando volteó a ver un estante en el segundo nivel de la biblioteca, y desde su lugar notó que había un libro sin título en el lomo, el único sin uno. 

Sin saber por qué, subió hasta allá. Mientras más se acercaba, el aire se sentía más espeso, cargado con el polvo del olvido de aquel lugar. Se paró en frente del estante, y cuando intentó sacar el libro, parecía como si estuviera coercido a la pared. Julieta lo jaló con todas sus fuerzas, y se asustó cuando se dio cuenta que, en lugar de haber retirado el libro, estaba separando ese fragmento de librero completo de la pared. Siguió empujando con un delirante morbo por el hueco oscuro que se iba vislumbrando. Cuando hubo acabado de mover el estante hasta su límite, quedó pasmada en frente de un hueco del tamaño exacto del librero, tan oscuro que hasta parecía absorber la luz que provenía de afuera. Julieta se paró en el borde, y con muy poca claridad, notó que eran escaleras hacia abajo, sin barandal, solo escaleras grises en espiral flotando.

Nadie hubiera hecho lo que ella hizo, bajar a un lugar desconocido en completa oscuridad; fue tan ingenuo como despreocupado. No contabilizó cuantos escalones bajó, hasta que descendió al final de esta. Al llegar hasta el fondo, la escena que tenía enfrente provocó que su corazón se detuviera por unos segundos, acompañado de un escalofrío que le recorrió toda la columna.

Era un recoveco de alrededor de 4 metros de lado a lado, pero no podía definir bien la forma de aquel lugar. Las paredes no eran paredes, si no espejos que generaban un efecto visual estremecedor, pero casi artístico. En el centro de la sala, estaba sentado algo que parecía una criatura, pero Julieta removió rápido la vista por el terror. Al observar bien de nuevo, notó que tenía la forma de una persona, una mujer extremadamente escuálida y desnutrida,  más pálida incluso que ella. Su rostro no era visible ya que en lugar de cara, tenía una máscara de espejo que reflejaba todo desde una perspectiva algo patética. Julieta estaba completamente petrificada ante semejante visión, pero intentó no amilanarse y se aproximó hacia aquel ente. Estaba consciente de que la criatura la estaba observando, no sabía cómo, puesto que la máscara le cubría la cara completa, sin vislumbrar siquiera los ojos, pero siguiendo el relieve de un rostro humano, sólo se percibía el reflejo de ella misma acercándose. 

Cuando estuvo a centímetros de la criatura, Julieta solo se le quedó viendo, en espera de algo, sin saber qué hacer. Entonces la criatura lentamente levantó su mano, espantando a Julieta. Su mano apuntó hacia uno de los espejos, y Julieta se alejó para aproximarse a uno de estos. Dedicó toda su atención a ver en él toda la serie de reflejos, la misma escena repitiéndose al infinito, sin reconocerse a pesar de estarse viendo de frente. Estaba atónita, cuando un dolor indescriptible la dejó noqueada en el piso, sólo vió unos espeluznantes pies parados junto de ella y cayó inconsciente.

Julieta se levantó y subió las escaleras, cerró la puerta de la mazmorra oculta, y regresó hacia el salón principal de la fiesta. Ya era de noche y la familia la estaba buscando para ir de vuelta a casa. Ellos se quejaron con ella, preguntando dónde había estado, pero Julieta se limitó a decir: “descubriendo”. 

Nadie le dio importancia, se subieron a la carroza, agotados, con los trajes y el  maquillaje ya fundidos después de tal día de actuación. Todos los Jauregui venían emocionados comentando la exitosa futura unión entre Lorenzo y Mónica, era casi oficial que se integrarían a la burguesía. La única que no conversaba era Julieta, con una mirada perdida pero oyente, inhumana, en lugar de estar parloteando como siempre. Le hicieron notar aquel comportamiento inusual, felicitándola por al fin comportarse, y ella sonrió en silencio.

Julieta abrió los ojos aturdida por el dolor y la sensación total de tener la energía drenada, con la vista nublada, tardando un buen rato en incorporarse. Se intentó tallar los ojos, pero no pudo, era como si no estuvieran ahí. Con la respiración agitada, se arrastró hasta uno de los espejos y lo único que vio fue a una persona perdida, con rostro de pura refracción, sin facciones bien distinguidas. Fue tanto su horror que gritó, en plena vesania, con la pena de una vida olvidada, ocasionando que los espejos se quebrantaran sin colapsar. 

En un rincón escondido de aquella biblioteca maldita, apareció un nuevo libro, sin texto ni imagen, solo en letras frescas en la pasta celeste aparecía “Refracción”.

Echo Noether

Last modified: 1 noviembre, 2022