Saliendo de mi última clase de los martes y, a pesar de que tenía muchas tareas por hacer ese día, decidí que sería bueno tomar dos horas de mi tiempo para jugar con algo de lo que llevaba mucho tiempo platicando con mi amigo Elías: usar un lente angular o un ojo de pez. Elías me dijo que estaba libre y sin pensarlo más, fuimos al estudio de foto con pocas esperanzas de encontrar la cámara y el lente que buscábamos. Afortunadamente sí los tenían (o algo así). Por mera curiosidad y por amor a los lentes angulares terminamos haciendo pruebas y tomando fotos. Fue en lindo día que me hizo retrasarme con el resto de mis tareas, pero sin duda, repetiría de nuevo la experiencia.