Cempohualxochitl
México. Capital.
Otoño, 1888.
Debo admitir que me resulta irritante que en mi época favorita del año me cueste tanto trabajo encontrar inspiración para escribir algún texto. Se acerca el concurso literario en honor a Nezahualcóyotl y debo entregar una pieza impecable si pienso ganar. Uno pensaría que en estos días es sencillo encontrar inspiración, rodeado de tantos colores, tantos sonidos, tantos sabores y tantas tradiciones, pero llevo semanas y no consigo que mi pluma se deslice sobre el papel. Una de las ventajas de residir en Ciudad de México es que a menudo te encuentras con artistas caminando por los centros históricos buscando inspiración, merodeando por las alamedas en busca del momento perfecto para retratar o aquellos que se niegan a abandonar las bibliotecas en busca de conocimiento.
Con tantas ideas implasmables merodeando por mi cabeza debía salir a dar un paseo en mi tan querido centro de Coyoacán donde tal vez algo me ayudaría a empezar a escribir. Mientras caminaba con mi libreta en la mano, lista para desenfundar, por si alguna idea se cruzaba ante mis ojos, observé a un señor sentado en un banquito con un atril frente a él, donde reposaba un cuadro en blanco. Cuando me acerqué a aquel señor no pude evitar distinguir su rostro y sin la menor vergüenza grité:
¾ ¡Dr. Atl!
Al escuchar mi grito desmedido por la emoción de ver a un amigo, mi maestro y ahora camarada saltó de su banquito por el susto que le causó mi voz, se levantó con un poco de ira en su rostro con intenciones de reclamarme por tremendo espanto, pero al ver mi semblante que ahora resultaba más consternado por el reclamo venidero que por la emoción de verlo dijo:
¾ ¡Ah, pero si es usted! Evite exaltar a alguien mientras trata de concentrarse Sr. Eli
Respondí.
¾ Perdóneme Atl, no quise sobresaltarlo.
Luego de un saludo un poco incómodo, no pude evitar notar que mencionó que intentaba concentrarse, pero su cuadro estaba en blanco, así que le pregunté qué clase de inspiración era la que buscaba, a lo que respondió:
¾ Hace algunos ayeres visité un pequeño pueblo en el estado de Morelos, no recuerdo el nombre. En este lugar en el que nadie espera terminar, no por antipatía, sino por mera ignorancia de su existencia, encontré el remedio a mi falta de inspiración. Encontré paisajes hermosos, personas cálidas, excelente comida, en esencia llené mi alma y nada mejor que un alma llena para producir grandes obras.
Intrigado por aquel lugar y motivado por mi falta de inspiración, le pregunté con más insistencia por el nombre de este misterioso lugar.
Pero Atl, ¿no recuerda el nombre del lugar? Intente hacer memoria, se lo ruego.
Con un semblante notablemente impacientado, gruñó y comenzó a estrujar lo que antes era una cabellera abundante, hasta que, al fin, luego de mirar sus cejas por un rato dijo:
¾ ¡Juepayan! Sí, eso. No. Espere. No es eso. Huepayan, algo así. ¿O no? No, no suena bien. ¡HUEYAPAN! Sí, eso es.
Asombrado al escuchar ese nombre que no hacía sonar ninguna campana en mi cabeza, le agradecí por su tiempo y su recomendación, me disculpé de nuevo por interrumpirlo y continué mi camino ahora de regreso a casa para alistar mis cosas y emprender un viaje a Hueyapan.
Como no tenía idea de donde se encontraba este pueblito, mi primer destino fue Cuernavaca. Una vez ahí comencé a preguntar e indagar por instrucciones o alguna dirección para llegar a Hueyapan, pero nadie parecía conocer el lugar. Cayó la noche y sin encontrar algún indicio de aquel lugar me tuve que hospedar en un hotel para continuar mi búsqueda al día siguiente. A eso de las nueve de la noche bajé a la cantina del hotel y pedí una bandera para aliviar mi cansancio, luego de unos tragos a cada caballito, un señor de semblante cansado con una indumentaria que lo hacía parecer un mercader se sentó junto a mí y ordenó un vaso de agua ardiente. No pude evitar notar su sombrero de palma desgastado, sus guaraches negros y sus manos con callos que me hacían pensar que su profesión pertenecía al campo, pero había algo más que me llamaba la atención, del bolsillo izquierdo de su camisa colgaba una flor de cempasúchil que parecía tener brillo propio, lucía como si del centro de los pétalos surgiera una luz cálida y tenue que te invitaba a tomarla. Pero luego de unos minutos sin desviar la mirada de aquella flor, escuché una voz ronca que me hablaba.
¾ ¿Qué tanto mira usted? ¡¿eh?!
Volteé la mirada hacia arriba y vislumbré el rostro disgustado de aquel señor bigotón, frunciendo el ceño mientras masticaba granos de café. Tragué saliva y respondí:
¾ Disculpe usted señor, no quise importunarlo, pero no pude evitar notar tal indiscreta flor que lleva por broche. ¿Me permite preguntar dónde fue que usted la compró?
¾ No la compré.
Respondió.
¾ ¿Dónde entonces la encontró? Si me permite indagar. Repliqué.
¾ Tampoco la encontré. Me fue obsequiada por un amigo.
¾ ¡Oh vaya! Excelente detalle por parte de su amigo si me permite agregar. Le pido una disculpa por fatigarlo con mis preguntas, soy un hombre de lo más curioso.
No repare en disculpas Sr., nada puede fatigarme más que el viaje que estoy por hacer.
¾ Permítame invitarle otra ronda y si puedo preguntar. ¿Cuál es el destino de su jornada?
¾ Debo ir a Hueyapan por la mañana, recogeré un lote de cempasúchil.
Al oír el destino del misterioso hombre mis ojos se iluminaron y mi corazón se aceleró un poco, no quise verme muy desesperado pidiéndole en ese momento que me llevara con él, así que le invité unas cuantas rondas más y antes de finalizar la noche le hice saber mis deseos de llegar al mismo pueblo y después de una noche de compartir tragos y anécdotas aceptó mi petición con una sonrisa en el rostro. A primera hora del siguiente día, salimos rumbo a Hueyapan en una carreta que rechinaba más que mis dientes al dormir y que era tirada por un burrito de ojos cansados. Luego de un día de admirar paisajes y de escuchar malos chistes de mi chofer, llegamos a nuestro destino. Al entrar al pueblo parecía un lugar abandonado, se sentía olvidado, pero extrañamente no se sentía vacío, no pude distinguir más que casuchas y construcciones mercantiles, pero no había personas, sólo vi un perro enjuto cruzar la calle antes de llegar a una posada a la que no perdimos tiempo para entrar guiados por nuestros hambrientos estómagos. Entramos y sólo había una anciana frente a un comal, ordenamos dobladas y picadas, que la viejita nos sirvió amablemente acompañadas de un café de olla. Mientras cenábamos no llegó nadie más, sólo nosotros 3, ni un alma más, o tal vez sí…
Acabada la cena, mi compañero de viaje le pidió a la señora una habitación para cada uno y al terminar le pidió un apahtli, se volteó hacia mí y me dijo, ahora iré a mi cuarto te pido que no me molestes hasta mañana, tomó su apahtli y se marchó. Quedé un poco confundido con la petición de mi compañero y como la señora no se veía muy amigable, también le pedí un apahtli y me retiré a mi habitación. Desperté escuchando voces entre sueños, una parecía ser la voz de mi compañero, pero la otra era demasiado gruesa como para ser de la señora que nos había atendido la noche anterior. Me levanté del camastro y me asomé ligeramente por la ventana, pero sólo alcancé a distinguir dos siluetas porque el sol daba directo contra mi cara. Cuando salí del cuarto ya sólo estaba mi compañero sentado en una silla de paja que se mecía adelante y atrás, con su cigarro en la mano y un apahtli en la otra.
De pronto apareció casi de la nada la anciana que nos recibió la noche anterior y saludó a mi compañero:
¾ ¿kenotimotlatjuilti? (¿Cómo amaneciste?)
¾ kual-le tlasojkamati uelmiak (Bien muchas gracias)
Mi compañero respondió.
Luego volvió su rostro hacia mi y preguntó:
¾ ¿kenin timo toga? (¿cómo te llamas?)
¾ Ne notoga Eli. (me llamo Eli)
Respondí y repliqué preguntando.
Inin altepetl ¿kenin itoga? (Este pueblo ¿cómo se llama?)
¾ Inin altepetl itoga Gueyiapan (Este pueblo se llama Hueyapan)
Dijo la anciana.
Pregunté por el nombre del pueblo porque la noche anterior parecía abandonado, pero hoy por la mañana ya no parecía estarlo, así que me aseguré de no estar soñando. Como había visto que mi compañero seguía tomando esa bebida le pregunté de qué estaba hecho ya que nunca había sentido un sabor así. Al escuchar que lo probé, volteó rápidamente con su característico ceño fruncido y con un tono de regaño me dijo:
¾ No debió haberlo bebido.
Le respondí que la señora me había servido una taza sin mayor advertencia, le pregunté que por qué la situación de haberlo bebido parecía molestarle tanto.
¾ No me molesta, me inquieta que lo haya bebido. No es una infusión cualquiera. Pero ya no hay marcha atrás, ahora acompáñeme, vamos a por el lote de cempasúchil.
Para llegar a la morada del agricultor atravesamos parte del pueblo y no pude evitar notar que había mucha más actividad de la que había el día anterior, pasamos por lo que parecía una carnicería, inconfundiblemente pasamos frente a una panadería porque el olor a pan recién hecho invadió mi nariz, escuché la forja del herrero y el serrucho del carpintero a lo lejos, todo esto era muy extraño pero mi compañero no parecía notarlo, así que continuamos. Al llegar al ejido del agricultor comenzó a hacerse notar ese inconfundible color anaranjado tan característico del cempasúchil, hilera tras hilera, anaranjado tras anaranjado, recorrimos un tramo hasta llegar a una pequeña colina, nos acercamos a la casa y mi compañero gritó:
¾ Mah cualli tonalli, Tonatiuh. (Buenos días, Tonatiuh.)
¾ Mah cualli xihualacan. (Bienvenidos.) Respondió.
¾ Vengo por el lote, Tona. Y le he traido a este hombre, quiere conocerlo. Luego de su singular aseveración, se fue en busca de las flores, lo vimos marcharse y cuando estuvo lo suficientemente lejos, Tonatiuh preguntó:
¾ En qué le puedo ayudar?
¾ He venido a buscar inspiración para escribir un libro.
¾ ¿Y por qué piensa que aquí encontrará lo que busca?
¾ No lo sé.
¾ ¿Ha hablado usted con alguien del pueblo? Tal vez alguno tenga alguna buena historia para contar.
¾ No he hablado con nadie, más allá de la anciana poco expresiva.
¾ No sé si aquí pueda encontrar la inspiración que busca. En este lugar tan sólo hay campesinos, paisajes hermosos y una que otra leyenda para contar.
Enamorado estoy de los paisajes, ahora sé por qué la recomendación del Dr. Atl, pero me interesa más escuchar de esa leyenda. ¿Sobre qué es?
¾ De cempasúchil claro, es la única que conozco. Se la cuento pues. Imagino que conoce la leyenda de cómo surgieron estas flores, la historia de Xóchitl y Huitzilin y la bendición del Dios del Sol. Pues todos conocen donde la leyenda acaba y nos dice que nuestros antepasados llegan a su tumba por el olor de esta flor, tal como Huitzilin, convertido en colibrí, encuentra a su amada Xóchitl vuelta en una flor dorada; pero lo que no saben es la otra parte de la leyenda, lo que se perdió a través de los siglos. Y es que, cuando Huitzilin encontraba a su amada, no le bastaba el olor con el que la había encontrado, comía del néctar de la flor y de esta manera podía estar junto a su amada una vez al año, pero si comía de más, el néctar se terminaba y ya no podría volver a ver a su amada nunca más. Es así como nosotros podemos encontrarnos con nuestros antepasados, aunque no podemos comernos el néctar, podemos hacer una infusión usando los sempuale pétalos que tiene Xóchitl para poder ver a nuestros seres queridos. Pero debemos ser cuidadosos, ya que no pertenecemos al mundo de los muertos. Si eres codicioso con los deseos de tu corazón… Mits kuigaske an tias uejka. (Te llevarán e irás lejos).
¾ Pero Don Tonatiuh, esto que me dice parece más una advertencia que una leyenda. ¿acaso usted cree que es verdad? ¿Me está diciendo que podemos hablar con nuestros difuntos? Me parece una maravillosa leyenda, pero me resulta dificil creer que tal idea sea posible.
¾ Siguin gualaske an siguin yaske. (Algunos vendrán y otros se irán).
Dijo.
¾ ¿A qué se refiere?
Pregunté.
Pero Don Tonatiuh no dijo más. En silencio continuamos caminando por los sembradíos de cempasúchil, mientras digería sus palabras, hasta el regreso de mi compañero de viaje que se notaba agotado por llevar sus cargamentos. Me llevó de vuelta al pueblo y una vez más estaba desierto, así que esta vez decidí preguntarle por qué parecía un páramo olvidado.
¾ ¿Tomó más apahtli?
Preguntó.
¾ No.
Respondí.
¾ Es por eso.
Concluyó, y no dijimos más.
Me llevó de vuelta a Cuernavaca, le agradecí por el viaje y nunca más lo volví a ver. Y no fue hasta llegar a mi despacho, que leí mis notas y recordé la leyenda que me contó Tonatiuh, que me di cuenta de lo qué era lo que había bebido. Percatarme de esto llenó mi cabeza de ideas, preguntas, teorías, e incertidumbre de lo que viví, pero con cierta certeza de lo que sentí. Así que para probar mi teoría, preparé apahtli y por la noche salí a recorrer el centro de Coyoacán para revivir mis sentimientos y tal vez, algo más…
Diego Barrera Del Angel
Last modified: 2 noviembre, 2023